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All ' estero<br />
fitos, en su totalidad procedentes de los últimos veinte años. Al lavarme<br />
las manos me miré en el espejo y me pregunté si el doctor<br />
Kafka, que viniendo de Verona tenía que haberse bajado también en<br />
esta estación, no se habría contemplado el rostro en la luna de este<br />
mismo espejo. Lo cierto es que no hubiera sido nada extraño. Y me<br />
parecía que uno de los grafitos que había junto al espejo aparentaba<br />
precisamente indicar esto mismo. En una letra torpe ponía Il<br />
cacciatore. Después de haberme secado las manos, quise añadir aún<br />
las palabras nella selva nera.<br />
Estuve una media hora sentado en un banco de la plaza de la estación<br />
tomándome un café solo y un vaso de agua. Era muy agradable<br />
estar sentado tranquilamente en la sombra, al mediodía. Menos<br />
unos cuantos taxistas que escuchaban la radio y dormitaban en sus<br />
taxis no se veía a nadie. De pronto pasó un carabiniere, aparcó en la<br />
prohibición de estacionamiento justo delante de la entrada, y<br />
desapareció en el interior de la estación. Cuando poco después apareció<br />
de nuevo, todos los taxistas, como a una señal, se bajaron de<br />
sus coches y rodearon al policía enjuto y de bastante poca talla al<br />
que quizá conocieran de la escuela, recriminándole la forma ilegal en<br />
la que había aparcado su coche. Apenas acababa de decir algo uno<br />
de ellos cuando ya estaba terciando el siguiente. El carabiniere no<br />
podía tomar la palabra, y si lo conseguía le cortaban de inmediato.<br />
Desvalido, incluso con un cierto temor en los ojos, miraba fijamente<br />
a los índices acusadores que señalaban su pecho. Pero como la<br />
totalidad del episodio había sido ideada por parte de los taxistas<br />
únicamente como una especie de comedia para combatir el<br />
aburrimiento, el afectado no podía replicar nada serio contra este<br />
interrogatorio que, evidentemente, no convenía a su persona en lo<br />
más mínimo, tampoco cuando empezaron a poner reparos a su porte,<br />
a andarle arreglando el uniforme, limpiándole cuidadosamente el<br />
polvo del cuello, y poniéndole bien la corbata, la gorra e incluso la<br />
pretina del pantalón. Por último, uno de los taxistas le abrió la<br />
portezuela del coche de policía, y al vigilante de la ley, gravemente<br />
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