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Vértigo<br />
semana iba tocando a su fin, Babett siempre insistía a Bina y Bina a<br />
Babett en hacer el pastel también en esta ocasión, alternando un<br />
pastel de manzana con un bizcocho de Saboya. Cada vez, al haber<br />
concluido su elaboración, el pastel era llevado con cierta ceremoniosidad<br />
a lo que las dos llamaban el salón de café, y allí, recién<br />
espolvoreado e íntegro, como estaba, era colocado debajo de la<br />
campana de cristal del aparador junto al pastel de manzana o el bizcocho<br />
de Saboya hecho el sábado anterior, de forma que un cliente<br />
que hubiese llegado el sábado por la tarde hubiera podido escoger<br />
entre dos pasteles, entre un pastel de manzana revenido o un bizcocho<br />
de Saboya recién hecho, o entre un pastel de manzana recién<br />
hecho y un bizcocho de Saboya revenido. El domingo por la tarde ya<br />
no hubiese existido esta posibilidad, pues el domingo por la tarde<br />
Babett y Bina consumían o el pastel de manzana revenido o el<br />
bizcocho de Saboya revenido en el café del domingo por la tarde,<br />
Babett comiendo el pastel con un tenedor de postre mientras Bina lo<br />
mojaba en el café, de lo que Babett, muy a pesar suyo, nunca la<br />
había podido desacostumbrar. Después de consumir el pastel revenido<br />
se quedaban sentadas una, dos horas, ahítas y silenciosas, en el<br />
salón de café. En la pared, sobre el aparador, colgaba el cuadro que<br />
representaba el suicidio de una pareja de enamorados. Era una noche<br />
de invierno y la luna sólo era visible por entre grandes nubes<br />
para este último instante. Los dos estaban en el extremo de un pequeño<br />
desembarcadero de madera y justo en ese momento estaban<br />
dando el paso decisivo. Los pies de la chica y del hombre tendían a<br />
la profundidad al unísono y, conteniendo la respiración, se sentía<br />
cómo ambos eran ya presa de la gravedad. Sólo recuerdo que la chi-ca<br />
tenía un velo fino, verde claro, enrollado alrededor de la cabeza<br />
descubierta, mientras el viento tensaba el abrigo oscuro del hombre.<br />
Debajo de este cuadro estaba el pastel pensado para la semana<br />
venidera, el reloj de pared hacía tictac, y antes de que comenzase a<br />
dar las campanadas, gemía siempre un buen rato como si todo en él se<br />
negara a anunciar la pérdida de otro cuarto de hora más. A tra-<br />
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