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Vértigo<br />
mala estación del año me sentaba con el atlas sobre las rodillas en el<br />
escalón más alto, allí donde, desde la ventana del hueco de la escalera,<br />
penetraba la luz hacia el interior y en la pared colgaba una oleografía<br />
que mostraba un jabalí, el cual, dando un enorme salto desde la<br />
oscuridad del bosque, importunaba el almuerzo en un claro de un<br />
grupo de cazadores. La escena que además del jabalí y de los cazadores<br />
aterrados en sus trajes verdes de etiqueta representaba platos<br />
y viandas volando por el aíre con una gran fidelidad al pormenor,<br />
llevaba el título de En el bosque de las Ardenas, y este título, en sí<br />
completamente inofensivo, me evocaba algo mucho más peligro-so,<br />
desconocido y profundo de lo que el mismo cuadro era capaz de<br />
reproducir. Lo misterioso que rezumaban las palabras «Bosque de las<br />
Ardenas» se intensificaba gracias a que Mathild me había prohibido<br />
expresamente abrir cualquiera de las puertas del piso de arriba. Pero<br />
en particular me había prohibido subir al desván, donde, como<br />
Mathild me había enseñado con la capacidad de convicción que le era<br />
característica, se alojaba el cazador gris, de quien no me dio ningún<br />
otro dato más preciso. Así que, sentado en el escalón del último piso,<br />
me encontraba, en cierta medida, en el límite de lo permitido, allí<br />
donde la inquietud de la tentación se siente con mayor fuerza. Por eso<br />
siempre me sentía cercano a la redención cuando el abuelo volvía a<br />
salir del salón de café, se ponía el sombrero y le daba la mano a<br />
Mathild en señal de despedida.<br />
Con ocasión de una de las siguientes visitas que hice a Lukas, subimos<br />
al desván. Probablemente fuera yo quien condujo la conversación<br />
hacia esta parte de la casa. En opinión de Lukas no había podido<br />
cambiar mucho en todo este tiempo. Lo cierto es que él, me dijo,<br />
cuando se hizo cargo de la casa a la muerte de las tías, nunca había<br />
vaciado el desván porque con todos los utensilios que habían almacenado<br />
y todos los cachivaches en general, aquello era ya algo superior<br />
a sus fuerzas. Efectivamente, el desván ofrecía un aspecto<br />
sobrecogedor. Había cajas y cestos apilados, sacos, correajes, cencerros,<br />
cuerdas, trampas para ratones, marcos de panales de miel y de<br />
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