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I1 ritorno in patria<br />
Rambousek había sido morfinómano y que por eso tenía casi siempre<br />
esa piel amarillenta. De ahí que durante mucho tiempo tuviera la<br />
convicción de que a los oriundos de Moravía se les llamaba morfinómanos<br />
y de que su patria no estuviera más cerca que Mongolia o<br />
China.<br />
En los años en los que estuvimos viviendo en el piso superior del<br />
Engelwirt, infaliblemente al atardecer me acometía el deseo de ir a la<br />
posada para ayudar a la Romana a pasar un trapo por las mesas y por<br />
los bancos, barrer el suelo o secar los vasos. Por supuesto que no eran<br />
estas labores las que me atraían sino la Romana misma, en cuya proximidad<br />
quería estar el mayor tiempo posible. La Romana era la mayor<br />
de las dos hermanas de una de las familias de minifundistas de<br />
Bárenwinkel, que tenía una propiedad del tamaño de un juguete, en<br />
comparación con otras fincas, la cual estaba situada en una colina de<br />
poca altura y siempre me recordó al Arca de la Alianza porque en ella<br />
parecía haber dos de cada especie. Además de los padres y las dos<br />
hermanas, la Romana y la Lisabeth, había una vaca y un buey, dos cabras,<br />
dos cerdos, dos gansos y así sucesivamente. Sólo tenían un número<br />
mayor de gatos y gallinas, y estas últimas estaban sentadas o correteaban<br />
hasta muy lejos por las tierras colindantes. También había<br />
un buen número de palomas blancas que, cuando no estaban encaramadas<br />
al tejado, recorriendo la cresta de un lado a otro, volaban alrededor<br />
de la pequeña casa que con su techo holandés cubierto de ripias,<br />
reparado de varias formas y muy poco común en la comarca, se<br />
asemejaba a un pequeño barco varado en la cima de la colina. Y cada<br />
vez que pasaba por allí, el padre de la Romana, que había sido un<br />
hombre pícaro, estaba mirando, como Noé desde el arca, por una de<br />
las ventanas diminutas de la casa, fumando un cigarro en su cuerno de<br />
caza. Todas las tardes, la Romana venía a las cinco de Bárenwinkel, y<br />
yo a menudo iba a su encuentro hasta llegar al puente. Por aquel<br />
entonces tendría como mucho veinticinco años, y todo en ella me<br />
parecía de una belleza sin par. Era alta, tenía una cara ancha, abierta,<br />
con ojos de color gris agua y gran cantidad de pelo pajizo,<br />
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