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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

veía desde el camino, oscilaba un poco de luz esparcida. Abetos sin<br />

ramas, de más de setenta u ochenta años, se erguían en la pendiente.<br />

Incluso aquellos que se enderezaban desde la parte más baja del cañón<br />

no lucían copas de un color negro verdoso hasta, como poco, haber<br />

superado con creces la parte superior del nivel en el que discurría el<br />

camino. Cada vez que el aire ponía algo en movimiento en las zonas<br />

más altas, gotas de agua llovían a chorros. Esporádicamente, donde<br />

la claridad era mayor, crecían hayas solitarias, deshojadas desde<br />

hacía ya tiempo con ramaje y troncos ennegrecidos a causa de la<br />

humedad constante. En el cañón no se escuchaba ningún sonido más<br />

que el del agua fluyendo por el valle, ningún canto de pájaro, nada.<br />

Tenía una sensación de angustia en mi pecho que se iba<br />

intensificando, y también sentía como si hiciera más frío y más<br />

oscuro se tornase todo cuanto más bajaba. En uno de los pocos<br />

trechos algo más claros, desde una especie de púlpito donde se podía<br />

mirar tanto hacia abajo, a una cascada y a una poza, como también<br />

hacia arriba, hacia el cielo, sin que se hubiera podido decir cuál de<br />

ambas perspectivas era más misteriosa, vi, a través de los árboles<br />

que parecían querer sobresalir infinitamente hacia el firmamento, que<br />

en las alturas plomizas se había desencadenado un torbellino de nieve,<br />

del que, no obstante, no llegaba nada al cañón. Cuando tras media<br />

hora más de camino el cañón se iba acercando a su fin y se abría la<br />

pradera de Krummenbach, permanecí un buen rato bajo los últimos<br />

árboles, contemplando, desde la oscuridad, cuán maravillosamente<br />

cae la nieve gris blaquecina, con qué mutismo el poco color<br />

macilento se diluía en los campos húmedos y abandonados. No lejos<br />

de la linde del bosque se erige la capilla de Krummenbach, tan<br />

pequeña, que seguramente más de una docena de personas al mismo<br />

tiempo no habían podido cumplir con sus oficios divinos o ejercer su<br />

devoción. Me senté unos minutos en el interior de aquel estuche<br />

amurallado. Fuera, por delante de una ventana diminuta, se<br />

deslizaban los copos de nieve, y pronto tuve la impresión de<br />

encontrarme viajando en una balsa, cruzando un gran<br />

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