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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

unas gafas enormes de motorista, un uniforme de cuero y unas polainas<br />

de cuero. Por cierto que el doctor Piazolo tenía otro doble o<br />

una segunda sombra en Wurmser, el párroco, del que tampoco se<br />

podía decir que fuese un chaval, el cual llevaba ya mucho tiempo<br />

administrando sus últimos sacramentos en moto, cargando consigo<br />

los útiles de los sacramentos, los santos óleos, el agua bendita, la sal,<br />

un pequeño crucifijo de plata, y el Santísimo Sacramento en una<br />

vieja mochila parecida a la del doctor Piazolo hasta en el blanco de<br />

los ojos, si es que cabe decirlo así, por lo que ambos, el párroco<br />

Wurmser y el doctor Piazolo, en una ocasión que estuvieron juntos<br />

sentados en la taberna del Adlerwirt, confundieron sus mochilas, de<br />

tal suerte que al parecer el doctor Piazolo fue con los útiles de los<br />

últimos sacramentos a ver a su próximo paciente y Wurmser, el<br />

párroco, con los utensilios de médico a atender al siguiente miembro<br />

de la comunidad que yacía al borde de la extinción. No sólo era<br />

grande la semejanza entre las mochilas de Wurmser, el párroco, y<br />

del doctor Piazolo, sino también la de su total aspecto externo, hasta<br />

tal punto que, cuando en alguna parte, en el pueblo o en los caminos<br />

fuera de él, se veía a una persona en moto, hubiera sido imposible<br />

decir si se trataba del doctor o del cura, de no ser porque el<br />

doctor tenía la costumbre de poner los pies, embutidos en las botas<br />

claveteadas, no sobre los apoyapiés de la máquina, sino que, por seguridad,<br />

los dejaba arrastrar por la grava de los caminos o por la<br />

nieve, por lo que su figura, cuando menos vista desde delante o des-de<br />

detrás, se diferenciaba de la del cura. Es fácil pensar lo dificil que<br />

habrá tenido que ser para el doctor Rambousek rivalizar con esta<br />

competencia tan arraigada en el pueblo, y por qué habrá preferido, al<br />

contrario que estos dos emisarios en cierta medida omnipresentes, el<br />

padre espiritual y el médico de cabecera, no salir de casa en tanto le<br />

fuera posible. No obstante, no se hubiera podido afirmar que el<br />

doctor Rambousek no disfrutaba del aprecio de aquellos que iban a<br />

visitarle. A fin de cuentas yo mismo había sido testigo a menudo de<br />

cómo madre ensalzaba las artes medicinales<br />

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