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Vértigo<br />
habían sido nunca, el pueblo, para mí, pensé a mi llegada a horas<br />
algo tardías, seguía emplazado en el extranjero más que cualquier<br />
otro lugar imaginable. Hasta cierto punto me tranquilizaba que<br />
ahora, durante mi primer paseo por las calles envueltas en una luz<br />
pálida, lo encontraba todo transformado de raíz. La casa del administrador<br />
forestal, una pequeña villa cubierta con ripias y adornada<br />
con una cornamenta de ciervo y número del año 1913 sobre la entrada,<br />
había procurado, junto con su pequeño huerto, el espacio<br />
necesario para una colonia de vacaciones; ya no existía la Casa del<br />
Servicio Voluntario de Bomberos, con su torre bellamente decorada,<br />
en donde las mangueras colgaban a la espera silenciosa del<br />
próximo incendio; todas las granjas, sin excepción, habían sido reformadas<br />
y en todas se había levantado un piso más; la casa del cura,<br />
la del capellán, la escuela, la alcaldía, en la que Fürgut, el escribiente<br />
manco, entraba y salía con una regularidad tal que el abuelo podía<br />
poner los relojes en hora, la quesería, la casa de los pobres, las<br />
tiendas de mercería y de ultramarinos de Michel Meyer, todo ello se<br />
había renovado a conciencia, cuando no desaparecido por completo.<br />
Ni siquiera al entrar en el Engelwirt tuve la sensación de conocer el<br />
lugar en el que estaba, puesto que también en el Engelwirt, en cuyo<br />
primer piso habíamos estado viviendo de alquiler varios años, habían<br />
reconstruido el interior desde los cimientos hasta el entramado del<br />
tejado, por no mencionar, evidentemente, la decoración. Lo que<br />
ahora, pulcramente engalanado al estilo alpino de la nueva Alemania<br />
que se había extendido por toda la república, se ofrecía en calidad de<br />
lo que denominaban un lugar de hospitalidad esmerada, fue en su<br />
época una taberna de mala reputación donde los campesinos<br />
permanecían hasta muy entrada la noche y, sobre todo en invierno, a<br />
menudo bebían hasta perder el sentido. El Engelwirt debía su<br />
posición en el pueblo, a pesar de todo inquebrantable, al hecho de<br />
que, además de la taberna velada por el humo bajo cuyo techo corría<br />
el tubo de calefacción más entrelaza-do que he visto nunca en<br />
ninguna parte, disponía de una enorme<br />
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