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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

Ocupado con apuntes esporádicos, pero sobre todo con mis reflexiones<br />

que discurrían en círculos en parte cada vez más ámplios y<br />

en parte cada vez más estrechos y a veces también cercado por un<br />

completo vacío, en aquel primero de noviembre de 1980 no salí de<br />

mi habitación ni un solo instante; en aquel momento pensaba que<br />

uno efectivamente se podía suicidar así, sín más, cavilando y meditando,<br />

pues si bien había cerrado las ventanas y el cuarto estaba un<br />

tanto caldeado, mis miembros, a causa de la inmovilidad, se tornaban<br />

más fríos y más rígidos, de modo que cuando por fin el camarero de<br />

la casa que había llamado entró con el vino tinto y el pan con<br />

mantequilla, me figuré que era ya un muerto enterrado o por lo<br />

menos de cuerpo presente, el cual, aunque sin pronunciar palabra,<br />

por supuesto, aún se siente agradecido por la libación que se le ha<br />

llevado pero que ya no es capaz de tomarse. Me imaginé cómo por la<br />

Laguna Verde me llevarían a la isla del cementerio, a Murano o<br />

todavía más lejos, hasta San Erasmo o hasta la Isola San Francesco<br />

del Deserto, en los pantanos de Santa Catalina. En tanto, caí en un<br />

sueño ligero, vi elevarse la niebla, la Laguna Verde extenderse a la<br />

luz de mayo e islas verdes que como coles emergían de la tranquila<br />

lontananza del agua. Veía La Grazia, la isla del hospital, con una<br />

construcción redonda y panorámica desde cuyas ventanas, como en<br />

un barco grande que zarpa, miraban hacia abajo miles de locos haciendo<br />

señas con las manos. San Francisco flotaba en un cañaveral<br />

cimbreante con la cara vuelta hacia abajo, en el agua, y sobre los<br />

pantanos caminaba santa Catalina con un pequeño modelo de rueda en<br />

la mano con la que le habían partido el cuerpo en dos. La rueda<br />

estaba amarrada a un palito y se giraba, susurrando, al viento. La<br />

aurora elevaba colores violeta sobre la laguna, y cuando me desperté<br />

yacía tendido en la oscuridad. Me pregunté qué es lo que Malachio<br />

había querido decir con las palabras Ci vediamo a Gerusalemme,<br />

intenté, en vano, recordar su rostro o sus ojos, considerando si no<br />

debería ir a buscarle de nuevo al bar junto a la Riva, pero cuanto más<br />

lo consideraba menos me podía mover de mi sitio. Pasó la<br />

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