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Ti ritorno in patria<br />
recha polvorientos, e incluso ennegrecidos, como signo de una desgracia<br />
sin parangón en el mundo.<br />
Hasta el final de los años cuarenta el doctor Rudolf Rambousek<br />
estuvo ejerciendo en la casa Alpenrose, en la habitación situada en la<br />
planta baja, frente al café-bar. El doctor Rambousek había venido a<br />
W, no mucho después del final de la guerra, de una ciudad morava,<br />
creo que de Nikolsburg, en compañía de su pálida mujer y sus dos<br />
hijas adolescentes, Felicia y Amalia, lo que para él, y no me-nos para<br />
sus mujeres, supondría probablemente un destierro en el fin del<br />
mundo. No era extraño que aquel hombre pequeño, corpulento,<br />
siempre arreglado al estilo de la gran ciudad, fuese incapaz de<br />
establecerse en W. Los rasgos de su rostro, velados, que parecían<br />
extranjeros y que con mucho como mejor se podían designar era con<br />
la palabra levantino, los párpados siempre hundidos a la mitad de<br />
sus grandes ojos oscuros, y todo su porte, que de algún modo reflejaba<br />
distanciamiento, dejaban pocas dudas de que era un ser desconsolado<br />
por naturaleza. Por lo que yo sé, el doctor Rambousek, en<br />
todos los años que pasó en W., no logró trabar amistad con una sola<br />
persona. De él se decía que rehuía a la gente, y yo tampoco recuerdo<br />
haberle visto una sola vez en la calle aunque no viviera en el<br />
Alpenrose sino en la casa del maestro, de modo que de vez en<br />
cuando tenía que estar de paso entre la casa del maestro y el Alpenrose,<br />
o lo que es lo mismo, entre el Alpenrose y la casa del maestro.<br />
Esta ausencia verdaderamente llamativa era uno de los factores<br />
que con más persistencia le diferenciaban del doctor Piazolo, que ya<br />
rondaría los setenta años, a quien se podía ver a todas las horas del<br />
día y de la noche por el pueblo en su Zündapp de setecientos<br />
cincuenta centímetros cúbicos, o bien subiendo y bajando montañas<br />
entre las localidades adyacentes de uno u otro lado. Tanto en<br />
invierno como en verano, el doctor Piazolo, quien en casos de urgencia<br />
también estaba dispuesto a desempeñar tareas propias del<br />
oficio de un veterinario y al parecer con el propósito de morir con<br />
las botas puestas, llevaba una vieja gorra de aviador con orejeras,<br />
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