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Vértigo<br />
las horas siguientes, sentado en la taberna, vacía, me mantenía<br />
ocupado con mis notas y con las reflexiones que éstas traen consigo,<br />
y cuando, al anochecer, llegaban los campesinos a los que<br />
sin excepción conocía de vista de mis tiempos de colegio, por lo<br />
que todos me parecían haber envejecido de golpe, no me cansaba<br />
de escucharles con atención desde el otro lado de mi aparente<br />
lectura de periódico mientras pedía un vaso tras otro de Lagreiner.<br />
Los campesinos, la mayoría con el sombrero puesto, estaban<br />
acurrucados como antaño, bajo el enorme cuadro de leñadores. El<br />
cuadro, que ya colgaba en el antiguo Engelwirt en el mismo lugar,<br />
se había oscurecido a lo largo de todos estos años de tal forma<br />
que de inmediato no se podía saber con seguridad qué es lo que<br />
representaba. Hasta que uno no llevara un buen rato observándolo<br />
con atención, en la superficie del cuadro no emergían los<br />
fantasmas de los leñadores. Estaban descortezando y poniendo<br />
garfios de hierro a los troncos caídos, y se les había retratado en<br />
poses poderosas, tales como levantar el brazo y preparar el golpe,<br />
características de la heroificación del trabajo y de la guerra.<br />
Hengge, el pintor, de quien sin duda procedía el cuadro, había<br />
confeccionado muchas de estas estampas de leñadores. El momento<br />
cumbre de su fama había tenido lugar en los años treinta, y<br />
había llegado a ser famoso incluso en Múnich. En las paredes de<br />
las casas de W. y demás alrededores podían verse murales suyos,<br />
fieles a sus tonalidades marrones de siempre, que sólo diferían de<br />
sus motivos principales, entre los que, junto a los leñadores,<br />
figuraban los cazadores furtivos y los campesinos insurrectos bajo<br />
su bandera, cuando expresamente se le había dado un motivo<br />
determinado. En la casa de los Seefelder, por ejemplo, en la que<br />
el abuelo tenía la buhardilla en la que nací, se había reproducido<br />
una carrera de coches porque a Ure Seefelder, herrero de oficio, le<br />
había parecido adecuada a la tienda de maquinaria que había<br />
abierto en el pueblo unos cuantos años antes de la guerra y a la<br />
nueva era que ahora también había comenzado en W., y, en la<br />
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