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Vértigo<br />
so. ¿Y sabía usted que en tiempos de Escipión el Africano se podía ir<br />
caminando desde Egipto a Marruecos a la sombra de los árboles? ¡A<br />
la sombra de los árboles! Y ahora estalla un incendio en la ópera. Un<br />
fuego fragoroso. La sillería de la platea desaparece crepitando en el<br />
foso de la orquesta junto a la totalidad de los oyentes. A través de las<br />
nubes de humo que flotan bajo el techo, desciende una figura<br />
desconocida. Di morte l ' angelo a noi s'appressa. Gia veggo ii ciel<br />
dischindiersi. Pero me estoy desviando del asunto. Diciendo estas<br />
palabras Salvatore se había levantado. Usted ya conoce mi forma de<br />
ser, dijo despidiéndose a una hora ya avanzada. Yo todavía me quedé<br />
un buen rato sentado en la plaza, con la imagen que me había<br />
dejado Salvatore de un ángel haciendo su aparición en la tierra, y<br />
ocupado en anotar cuanto había contado. Seguramente sería pasada<br />
la medianoche y el camarero cobrador del mandil verde acababa de<br />
hacer su última ronda, cuando creí escuchar el ruido de los cascos de<br />
un caballo y los giros de las ruedas de un carruaje en el pavimento de<br />
la plaza. Pero no divisé el vehículo. Antes que ese vehículo, en mí<br />
emergió una representación de Aida al aire libre que vi de niño en<br />
compañía de mi madre, en Augsburgo, de la que no he retenido ni el<br />
más mínimo recuerdo. La entrada triunfal, conformada<br />
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