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Leer - IES Celestí Bellera

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Vértigo<br />

ca adoptaría lo que se ha dado en llamar estado civil de casada. En<br />

ese momento, al Dr. K. le resultó en extremo inquietante que precisamente<br />

la muchacha que le valía todo su afecto y a la que, debido a<br />

sus ojos verdes como el agua, llamaba sirena para sí desde que la vio<br />

por primera vez, precisamente a ella, pues, las cartas le predijeran<br />

una vida de soltera, aunque en la muchacha no hubiera nada que<br />

provocase la impresión de solterona, a excepción tal vez del peinado,<br />

se confesaba ahora, viéndola por última vez, cuando, con la mano<br />

izquierda, la derecha resposando con serenidad sobre la borda, le<br />

dibujó en el aire, con cierta impericia, la señal del fin.<br />

El barco de vapor zarpó y, casi de soslayo, se deslizó hacia el interior<br />

del lago entre varios toques de sirena. La ondina seguía de pie<br />

junto a la borda. Apenas se la podía reconocer. Por último ya casi<br />

tampoco se podía ver el barco, solamente la estela blanca que dejaba<br />

tras de sí en el agua, que había comenzado a apaciguarse con lentitud.<br />

En lo que a las cartas se refiere, ponía en claro el Dr. K. en el<br />

camino de vuelta al sanatorio, también para él se había producido<br />

una constelación inequívoca en tanto que todas las que no eran meras<br />

cifras sino que mostraban figuras humanas siempre se alejaban<br />

de él hacia el borde tanto como fuera posible. Sí, e incluso una vez<br />

no hubo más que dos figuras, y ninguna en otra vez siguiente, lo que<br />

suponía una distribución tan inusual que la dama rusa le miró a los<br />

ojos desde abajo y le aseguró que era el huésped más extraño de<br />

Riva desde hacía mucho tiempo.<br />

Durante las primeras horas de la tarde del día posterior a la<br />

marcha de la mujer de agua, mientras se había acostado un rato según<br />

preveía el reglamento interno, el Dr. K. escuchó unos pasos inquietos<br />

por el pasillo delante de la puerta de su habitación que,<br />

apenas se hubo restituido la calma habitual, volvieron a comenzar,<br />

esta vez en dirección contraria. Cuando el Dr. K. salió y miró hacia<br />

afuera para averiguar el motivo de este vaivén que contravenía todas<br />

las costumbres de la casa, aún pudo ver cómo el doctor von<br />

Hartungen doblaba la esquina con una bata blanca al vuelo y se-<br />

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