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Il rítorno in patria<br />
había subsistido hasta la muerte de Babett y Bina aunque jamás entrara<br />
nadie. En el jardín de la parte delantera, en verano, debajo de<br />
un tilo ahorquillado que procuraba un hermoso techo de hojas aliviando<br />
su carga, había una mesa verde de hojalata y tres sillas verdes<br />
de jardín. La puerta de la casa siempre estaba abierta, y a cada<br />
pocos minutos aparecía Bina en el umbral, montando guardia a la<br />
espera de clientes que habrían de llegar alguna vez. No se puede decir<br />
con seguridad qué es lo que mantenía a los clientes a distancia.<br />
Probablemente no se debiera sólo al hecho de que en aquella época<br />
no existían los llamados extranjeros que vinieran a veranear a W.,<br />
sino que la situación era tan desesperada ante todo porque, en el<br />
café-bar, Babett y Bina llevaban una especie de local para solteronas<br />
del que no había nada que hubiese podido atraer a los hombres. No<br />
sé y tampoco Lukas sabía qué tipo de imagen suscitarían ambas<br />
hermanas al principio de su trayectoria comercial. Con cierta seguridad<br />
no se podía constatar más que, debido a las sucesivas decepciones<br />
sufridas a lo largo de los años y a las esperanzas renovadas<br />
constantemente, aquello que una vez habían sido o lo que hubieran<br />
querido ser había quedado destruido por completo. Después de todo,<br />
el menoscabo de todo su ser, vinculado a esta destrucción y<br />
originado por la eterna dependencia mutua, tuvo como consecuencia<br />
que nadie las considerara dos viejas solteronas a medio hacer.<br />
Evidentemente no servía de nada que Bina diese una y otra vuelta<br />
alrededor del edificio y del jardín delantero alisándose el mandil con<br />
las manos, mientras Babett se quedaba todo el día sentada en la cocina<br />
doblando paños de secar los cubiertos, para, inmediatamente,<br />
volverlos a desdoblar y volver a doblarlos de nuevo. Sólo gracias a un<br />
esfuerzo descomunal consiguieron mantener su propia economía<br />
mínima, y qué es lo que hubieran hecho de haberse presentado un<br />
cliente es algo inimaginable. Ya para hacer la sopa se estorbaban más<br />
de lo que se ayudaban, y la confección semanal del pastel de los<br />
domingos era, como me contó Lukas, un asunto de estado mayor que<br />
cada vez les llevaba el sábado entero. No obstante, cuando la<br />
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