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Comentario:En su obra realiza un recorrido, a través de los distintos capítulos,por las enfermedades características en diferentes oficiosde su época, y podemos encontrar muchas similitudescon los riesgos para la salud y padecimientos de los trabajadorescontemporáneos. Motivo por el que se puede consideraral autor y a su obra como precoz y de interesante lectura paracualquiera que esté involucrado en el mundo de la Prevenciónde Riesgos Laborales y quiera ampliar conocimientos.A lo largo de este capítulo expone las enfermedades queaquejaban a los sepultureros. Pero Ramazzini va más allárealizando una disertación comparativa sobre las costumbresfunerarias del siglo XVIII y las propias de “tiempos primitivos”,siendo para él un ejemplo a seguir el proceder durante laépoca romana debido a que los enterramientos e incineracionessólo se podían realizar fuera de la ciudad. De tal forma seevitaba el olor nauseabundo al que se exponía la poblacióndel siglo XVIII cuando asistía a los recintos sacros y que semitigaba perfumando con incienso, mirra y otras sustancias.El oficio de sepulturero lo define como ingrato para aquellosque lo realizan, siendo éstos hombres libres que por necesidadno tenían otra alternativa. En épocas anteriores éstas tareaseran realizadas por esclavos. Describe una serie de enfermedadespropias, pero que a mi parecer algunas eran comunesentre la plebe baja de la época, tales como: fiebres malignas,muerte repentina – se debían a esfuerzos extremos o a enfermedadescardíacas provocadas por infecciones –, caquexia –estado de extrema desnutrición, fatiga y debilidad –, hidropesía– retención de líquidos motivados por diferentes factores:insuficiencia cardíaca, hepática, renal; por la edad; trabajos depie durante muchas horas; dieta inadecuada –, catarros sofocantes– inflamación aguda de la mucosa de las últimas ramificacionesbronquiales –. En todas podemos observar que soncausadas por la desnutrición, habitual en esas fechas, y por laexposición a severos riesgos biológicos. Debemos tener encuenta que los enterramientos se realizaban en fosas en losaledaños y bajo las parroquias, costumbre muy arraigada a latradición cristiana, y que aún en el siglo XVIII apenas sehacía uso de ataúdes siendo los cuerpos envueltos en sudariosy los enterradores expuestos a flujos corporales al manipularlos,cuerpos en descomposición, carroñeros y descomponedores,etc. Si cerramos los ojos nos resultará prácticamente imposiblepoder imaginar las condiciones en las que trabajaban.Ojos que sí tenía cerrados la Iglesia puesto que constituía unaimportante fuente de financiación a las arcas eclesiásticaspermitir que se realizaran los sepelios bajo sus edificaciones.Además de las enfermedades que detalla, llama poderosamentela atención las reiteradas alusiones del autor al hedor propiode los cadáveres en descomposición al que se sometíanlos sepultureros en sus labores. El sulfuro de hidrógeno y elmetano –característico por su alta toxicidad– que invadía elambiente dentro de las sepulturas las convertía en espaciosconfinados, suponiendo una trampa mortalPor otra parte, para acabar mi deber, mirando por laseguridad de los sepultureros cuyo servicio es tannecesario, es justo que, ya que ocultan los cuerposde los muertos en la tierra junto con los errores delos médicos, la ciencia médica, a cambio de haberaquéllos salvado su prestigio, les compense conalgún beneficio. Así pues, hay que proponerles precaucionespara que sientan el menor daño posibleen el trabajo funerario, y éstas deben ser las que seha solido usar en tiempo de peste: ciertamente, quese enjuaguen la boca y la garganta con vinagrefuerte, y lleven en la mochila un pañuelo empapadoen vinagre para restaurar el olfato y el espíritu; quedejen un momento abiertos los monumentos antesde meter el pie en ellos, para que, por poco tiempo,salgan las emanaciones encerradas; y que, acabadoel trabajo y de vuelta a casa, se cambien de traje ypongan en el aseo cuanto empeño les permita sumísera condición. Ciertamente, cuando estén enfermosde alguna enfermedad importante, deben sercurados con gran atención. Yo, siempre que tuveque curar a una clase de hombres de esta naturaleza,les saqué sangre con mucha moderación; puessu sangre es cadavérica y como el color de su cara;los purgantes serán más bien útiles, como quieraque convienen más a estos hombres, que sufren unarepugnante caquexia y suelen pasar cuanto antes ala familia del Orco.para los que sin precaución alguna en éstas se adentraban.Destaca el ejemplo que cita sobre el conocido sepulturerollamado Pistone quien tras entrar en un sepulcro con el fin dedespojar a un difunto su calzado, falleció inmediatamentedespués de descalzarlo. A este ejemplo hemos de añadir unade las recomendaciones que el autor realiza en la parte finaldel capítulo que consiste en dejar abiertas las tumbas duranteun tiempo antes de entrar para que las emanaciones existentesse atenúen. Los sepultureros trabajaban en verdaderos y mortalesespacios confinados. Ramazzini finaliza el capítulo conuna serie de consignas preventivas y consejos médicos paraeliminar o paliar los padecimientos de aquellos que ejecutabanlos trabajos de dar sepultura a otros que habían sucumbido.Entre ellos hacer uso de vinagre para enjuagar la boca y lagarganta y así poder recuperar el olfato, cambiarse de ropaantes de volver a casa para evitar el contagio de enfermedades,apertura de tumbas antes de penetrar en ellas para poderdisminuir las emanaciones existentes. Las prácticas médicasque menciona sobre realizar sangrías – muy común hasta elsiglo XIX – y sobre todo la utilización de purgantes eranpeligrosas y carecían casi siempre de efecto curativo alguno.Intenta de nuevo imaginar los escenarios en los que trabajabanestos hombres. Después abre tus ojos y no los vuelvas acerrar, pues en el mundo aún existen hombres, mujeres y niñosque trabajan en condiciones infrahumanas.D. Francisco Jesús Cobo MartosAdministrador Solidario Grupo Procarion SL99

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