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64 J. Cruz Cruz<br />
FIGURA 5. GIACOMO CERUTI, 1698-1767: Tres ancianos<br />
mendigos (Colección Thyssen-Bornemisza,<br />
Museu Nacional d’Art de Catalunya). A pesar de<br />
la escena desgarradora –tres ancianos desarrapados<br />
y pobres–, el artista expresa, al menos en<br />
la figura de la izquierda, un semblante lleno de<br />
dulzura y triste conformismo. Los otros dos, de<br />
pie, lo miran atentamente. Escena que no es<br />
improbable encontrarse en el subcostal de las<br />
grandes urbes actuales. Los tres ancianos tienen<br />
un aspecto digno y grave.<br />
los hombres enfermos no mejoraban ni por<br />
buenos manjares ni por medicinas, pero podían<br />
sanar pasándose de un aire a otro. El aire<br />
es lo que impide la extinción del calor vital<br />
o “calor natural” localizado en el corazón;<br />
mientras que el alimento impide la extinción<br />
del “húmedo radical”. Es más, el aire puro<br />
no solo es provechoso para el cuerpo, sino<br />
también para el ánimo, porque todas las operaciones<br />
del entendimiento –como aprehender,<br />
juzgar, discurrir– se hacen más clara y<br />
perfectamente cuanto más puro y bueno es<br />
el aire. Ahora bien, el cambio de aires puede<br />
ser perjudicial a los viejos.“Cámbiale el aire<br />
al viejo, y mudará el pellejo”, decía el refrán.<br />
Enferman los ancianos mudando el aire,<br />
por dos razones: la primera por su debilidad;<br />
y la segunda por la gran fuerza que las<br />
mudanzas de las regiones y aires tienen para<br />
alterar los cuerpos: esta alteración no puede<br />
ser aguantada por la flaqueza de los viejos,<br />
y así son vencidos y privados de la vida<br />
con facilidad. La causa de la flaqueza del<br />
anciano está en el aumento de frialdad, la<br />
cual inhibe las acciones.<br />
En lo que respecta a la bebida, beber vino<br />
fuera de la mesa no era aconsejable dietéticamente.Tampoco<br />
convenía a todas las edades.<br />
Estaba especialmente recomendado<br />
para los viejos: la cualidad fría de la tercera<br />
edad quedaba atemperada por el efecto<br />
caliente del vino (CRUZ, 2, 126-140).<br />
La comida del anciano había de estar<br />
sujeta a especial vigilancia porque la vejez<br />
no era considerada, desde Aristóteles, como<br />
un proceso natural “sano”, sino como propio<br />
de enfermedad (MINOIS, 89-91). Más tarde,<br />
Terencio sentenciaría: «Senectus ipsa est<br />
morbus». La comida del anciano, pues, convenía<br />
que fuera cálida y húmeda, porque<br />
aunque la vejez es fría y seca, naturalmente<br />
al ser tenida por enfermedad se había de<br />
corregir con sus contrarios, de suerte que<br />
podría comer los manjares de las cualidades<br />
dichas, fáciles de digerir y de buen nutrimento,<br />
como yemas frescas, carne de pollita muy<br />
tierna, perdigones, palominos, gazapos, pajarillos<br />
y carnero nuevo.<br />
Siguiendo a Aristóteles, Séneca habló<br />
también de la vejez como de una enfermedad<br />
incurable (insanabilis). Pero Galeno, en<br />
su De sanitate hienda (la conservación de la<br />
salud) modificó en parte esa doctrina de la<br />
vejez como enfermedad; aunque mantuvo<br />
la doctrina de los elementos como base de<br />
la dietética, al igual que lo hizo Avicena en<br />
su famoso Canon, una obra médica y die-