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Guía

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valor propio, sino que es por el contrario la<br />

presuposición de que a pesar de estar sentado<br />

junto a todas estas gentes no por ello<br />

se entra en ninguna relación con ellas. Todo<br />

adorno de la mesa y todo buen comportamiento<br />

no puede aquí consolar del principio<br />

material del fin del comer” (SIMMEL, 267).<br />

El proceso físico del comer muestra entonces<br />

toda su fealdad.<br />

La comida solitaria del anciano se limita<br />

a una función biológica, mientras que la<br />

comida compartida entre varios es una conducta<br />

más espiritual y social. “La alimentación<br />

solo recibe la plenitud de su sentido<br />

humano en el compartir” (BARBOTIN, 280). El<br />

lugar físico de la mesa no está vacío de contenido<br />

cultural: representa las relaciones<br />

entre las personas, justo porque la mesa<br />

expresa la comunidad y las relaciones entre<br />

los miembros que toman parte en ella. De<br />

ahí que la exclusión de la mesa signifique la<br />

exclusión de la comunidad. Para castigar una<br />

culpa, la tradición benedictina de los monasterios<br />

conservaba una especie de excomunión<br />

(excluir de la comunidad), consistente<br />

en la exclusión de la mesa. Comer en solitario<br />

venía a ser para el monje castigado signo<br />

de una culpa y un modo de expiarla.<br />

De ahí que la moderna práctica del autoservicio<br />

sea tan poco unitiva. Cada individuo<br />

selecciona y consume lo que a él se refiere,<br />

sin vínculos que lo lleven a un acto de compartir.<br />

En cambio, el comer en compañía es el<br />

fenómeno por el que el hombre trasciende<br />

de hecho o realmente su animalidad: su<br />

necesidad biológica de comer no se satisface<br />

de manera puramente biológica. No solo<br />

es conveniente –o terapéuticamente recomendable–<br />

que el anciano no coma solo, sino<br />

que el modo social de comer es el único que<br />

salva al anciano de su egoísmo animal o<br />

natural. En el acto de comer, el anciano ha<br />

de poder afirmar su condición común de<br />

Tradición y cultura en la alimentación de las personas mayores 73<br />

FIGURA 14. STANHOPE FORBES, 1857-1947: Brindis de<br />

bodas (Colección privada). La figura del anciano<br />

que, en primer término, da la espalda al espectador,<br />

abrazando a su nieta y dando de beber a<br />

su nieto, es el aglutinante simbólico de un brindis<br />

que unifica a tres o cuatro generaciones. Entre<br />

unos pocos invitados de la familia se levanta el<br />

joven marino que, disfrutando quizás de un permiso,<br />

brinda al final del convite por la hermana<br />

recién casada. En su silencio atento, los abuelos<br />

disfrutan hondamente con cada gesto importante<br />

originado en la familia y estimulan maravillosamente<br />

la vida hogareña.<br />

hombre y comprender a los otros en su existencia<br />

corporal: el que come a mi lado es tan<br />

hombre como yo y ambos descubrimos nuestros<br />

valores más comunes, a saber:“los de la<br />

necesidad, el apetito, las ganas de vivir, nuestra<br />

fraternidad de seres vivos”. El acto social<br />

de la comida unifica lo individual y lo común<br />

(CRUZ, 1, 289-293).<br />

Con especial significación comunitaria<br />

comparecen en la comida los núcleos personales<br />

más fundamentales de la relación<br />

social: no solo el padre y la madre, sino también<br />

los abuelos. “En los ritos más simples,<br />

alrededor de la mesa familiar, se dibujan esas<br />

dos imágenes sin las cuales no ha habido<br />

hasta ahora civilización, y sin las cuales, como<br />

el psicoanálisis enseña, apenas es posible<br />

encontrar un equilibrio personal: la madre

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