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Guía

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70 J. Cruz Cruz<br />

FIGURA 12. IGNACIO UGARTE BERECIARTU, 1862-1914:<br />

Refectorio de beneficencia de San Sebastián (Museo<br />

de San Telmo, San Sebastián). Los ancianos están<br />

juntos, pero no acompañados. Sus miradas están<br />

perdidas y su vista cansina se fija displicentemente<br />

en la mesa. El comportamiento alimentario<br />

de la vejez está fijado por la índole de los<br />

contactos familiares. La convivencia en la vejez<br />

significa muy particularmente “comer en compañía”.<br />

Por eso en la viudedad se experimenta un<br />

cambio muy fuerte en los hábitos alimentarios,<br />

ya que cada comida evoca constantemente al<br />

cónyuge perdido.<br />

DESPLAZAMIENTOS AFECTIVOS Y<br />

SUBCULTURA DIETÉTICA<br />

En la vida del anciano actual se presentan<br />

claramente desplazamientos afectivos<br />

y, en ocasiones, huida hacia una subcultura<br />

dietética. En realidad, la afectividad puede<br />

desplazarse hacia objetos que normalmente<br />

serían rechazados. Esto ocurre cuando<br />

los estados emocionales no pueden ser<br />

dominados conscientemente, debido a la<br />

fuerza de ansiedades, agobios o estrés no<br />

superados. Por ejemplo, no es extraño encontrarse<br />

con personas adultas que, estando<br />

bajo control dietético por problemas de peso,<br />

suelen hartarse del a veces lento tratamiento<br />

que deben seguir. Entonces se disparansus<br />

deseos más profundos de lograr una<br />

pronta curación por caminos rápidos y no<br />

establecidos por la ciencia. En estos casos,<br />

la inteligencia suele ponerse al servicio de<br />

la ansiedad y distorsionar los hechos para<br />

satisfacer una necesidad emocional, ofreciendo<br />

la vaga posibilidad de que un «curandero»<br />

o un «brujo» haya descubierto algo<br />

que aún ignora la ciencia, organizada –a su<br />

juicio– por una tribu de profesionales que<br />

quieren monopolizar el saber oficial. Hay en<br />

todo hombre un deseo irreprimible de creer<br />

en lo excepcional y desconocido. Y existe,<br />

además, en estos casos una fuerte necesidad<br />

emocional no satisfecha; también el<br />

anciano solitario –él o ella– puede buscar<br />

una salida, aunque sea imaginaria, a su agobio<br />

emocional. Adopta entonces veleidosamente<br />

dietas extravagantes, sin más fundamento<br />

que servir de objeto satisfaciente a<br />

una afectividad descompensada.<br />

En el fondo de estas actitudes de algunos<br />

ancianos existe un problema psicológico<br />

sin resolver, por ejemplo, un deseo incontenido<br />

de echarse en brazos de los demás,<br />

de confiar en alguien, aunque sea a costa de<br />

un engaño. La necesidad afectiva de las personas<br />

mayores que viven hoy en un mundo<br />

de presiones, de ansiedades y de frustraciones<br />

alimenta las fantasías alimentarias. Y el<br />

primer charlatán o el primer anuncio publicitario<br />

que sepa responder directamente a<br />

esa frustración convencerá de la dignidad<br />

del producto más ínfimo. Cuando esa fantasía<br />

es compartida de una manera duradera<br />

por varios sectores de una comunidad se<br />

convierte en mito alimentario, una propuesta<br />

sin base de verdad alguna, pero que se<br />

usa para justificar nuestros propios deseos<br />

y sentimientos.<br />

No podemos dejar de indicar la forma en<br />

que muchos mensajes publicitarios penetran<br />

en el estilo de un conjunto de personas,<br />

cuyo ideal de vida viene marcado por el éxito<br />

profesional basado en la competitividad<br />

exacerbada, por el hedonismo o el placer y<br />

por el culto al cuerpo joven y atlético. Se<br />

rechaza angustiosamente, hacia las tinie-

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