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LIBRO DE CONCORDIA COMPLETO - Escritura y Verdad

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se le ensanchaba su gaznate. Por eso envió sus legados con estos años áureos a los países, hastaque cada iglesia y cada casa estuvieron llenas de años de oro.26 Finalmente irrumpió hasta en el purgatorio, entre los muertos, primero con fundaciones demisas y de vigilias, después con su indulgencia con bulas y con su jubileo y por fin las almasbajaron tanto de precio que liberaba a una por un céntimo.27 Aquí vemos que el falso arrepentimiento comenzó con pura hipocresía y que terminó con tangran bajeza y maldad. Sin embargo, todo esto no sirvió de nada, pues aunque el Papa enseñaba ala gente a depositar su confianza en tales indulgencias, por otra parte él mismo las tornabainciertas, ya que decía en sus bulas: “Quien quiera tener parte en las indulgencias o en los años deoro, deberá sentir contrición, confesarse y dar su dinero”. Ya hemos escuchado arriba que talcontrición y confesión son inciertas entre ellas e hipocresía. Asimismo nadie sabía qué almaestaría en el purgatorio y si había alguna, ¿Quién sabía cuál había sentido contrición y se habíaconfesado correctamente? Entonces tomaba el papa el dinero y remitía consoladoramente a lasalmas al poder e indulgencias papales, y sin embargo, las encomendaba a las obras inciertashechas por las almas mismas. Esto significaba la justa recompensa para el mundo por su falta degratitud frente a Dios.28 Sin embargo, había algunos hombres que no se creían culpables de tales pecados reales conpensamientos, palabras y obras, como yo y mis compañeros que en los conventos y fundacionesqueríamos ser monjes y frailes y que con ayuno, vigilias, oraciones, celebraciones de misas,llevando vestimentas burdas y yaciendo sobre lechos duros, etc., luchábamos contra tales malospensamientos y con seriedad y tenacidad queríamos ser santos y, sin embargo, el mal hereditarioe innato se manifestaba en el sueño (como San Agustín y Jerónimo y otros más lo confiesan), loque es propio de la naturaleza del mal. De esta forma cada uno de entre nosotros, no obstante,decía, considerando al vecino, que algunos eran tan santos como nosotros lo enseñábamos, loscuales eran sin pecados y llenos de buenas obras, de modo que podíamos ceder y vender a otrosnuestras obras, para nosotros superabundantes, para llegar al cielo. Esto es la pura verdad.Existen sellos, cartas y ejemplos al respecto.29 Estos hombres no tenían necesidad del arrepentimiento. ¿De qué, en efecto, tendrían quesentir contrición, puesto que su voluntad no había aprobado sus malos pensamientos? ¿Quétendrían que confesar, puesto que habían evitado las malas palabras? ¿Por qué tendrían que darsatisfacción si no habían cometido malas acciones, hasta el punto que podían vender su justiciasuperabundante a otros pobres pecadores? Los escribas y fariseos del tiempo de Cristo erantambién santos de esta clase.30 Aquí viene el ángel de fuego (Apo. 10:1), mencionado por San Juan, el predicador delverdadero arrepentimiento y con un solo golpe de trueno los destruye a todos en masa, diciendo:“Arrepentíos” (Mt. 3:2). Algunos piensan: “Nosotros ya nos hemos arrepentido”.31 Otros opinan: “Nosotros no necesitamos arrepentirnos”.32 Juan afirma: “Arrepentíos los unos como los otros; pues vuestro arrepentimiento es falso y lasantidad de éstos también es falsa; necesitáis los unos como los otros perdón de los pecados, yaque ni unos ni otros sabéis lo que es realmente pecado y mucho menos que debéis arrepentirosdel pecado o evitarlo. Ninguno de vosotros es bueno; estáis llenos de incredulidad; nocomprendéis ni conocéis a Dios ni a su voluntad. Porque aquí está presente aquél de cuyaplenitud debemos recibir todos gracia sobre gracia (Jn. 1:16) y ningún hombre puede ser justoante Dios sin Él. Por eso, si queréis arrepentiros, hacedlo en forma correcta. Vuestro modo dearrepentirse de nada sirve. Y vosotros, hipócritas, que no requerís arrepentimiento, raza devíboras (Mt. 3:7), ¿quién os ha asegurado que escaparéis a la ira venidera?”.197

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