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LIBRO DE CONCORDIA COMPLETO - Escritura y Verdad

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Esta es la voluntad del Padre, que todo aquel que cree en el Hijo, tenga vida eterna (Jn. 6:40).Asimismo, Cristo ordenó que a todos aquellos a quienes se les predica el arrepentimiento, lessean anunciadas también estas promesas del evangelio (Lc. 24:47; Mr. 16:15).Y este llamado de Dios, dirigido a nosotros mediante la predicación de la palabra, no lodebemos tener por engaño, sino que hemos de saber que en este llamado Dios revela su seriavoluntad de iluminar, convertir y salvar mediante su palabra a los así llamados. Pues la palabrapor medio de la cual somos llamados, es un ministerio del Espíritu que nos da el Espíritu omediante el cual nos es dado el Espíritu (2ª Co. 3:8), y es poder de Dios para salvación (Ro.1:16). Y por cuanto el Espíritu Santo quiere ser eficaz por medio de la palabra, fortalecernos, darpoder y capacidad, por esto Dios quiere que aceptemos, creamos y obedezcamos la palabra.Por tal motivo, a los electos se describen en los siguientes términos (Jn. 10:27-28): «Misovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna»; y en Efesios 1:11,13; Romanos 8:25: «Los que han sido predestinados, conforme al propósito del que hace todaslas cosas» oyen el evangelio, creen en Cristo, oran y dan gracias, son santificados en el amor,tienen esperanza, paciencia y consuelo en la aflicción. Y a pesar de que todo esto se manifiesta enellos de un modo muy débil, tienen sin embargo hambre y sed de justicia (Mt. 5:6).Así el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios; ycomo ellos no saben orar como se debe, el Espíritu mismo hace intercesión por ellos, congemidos que no pueden explicarse con palabras (Ro. 8:16-26).Además, también las Sagradas <strong>Escritura</strong>s atestiguan que el Dios que nos ha llamado es tanfiel que, habiendo él comenzado en nosotros la buena obra, la seguirá manteniendo también yperfeccionando hasta el fin, siempre que nosotros mismos no nos apartemos de él, antes bienretengamos hasta el fin la obra comenzada, para lo cual él mismo nos ha prometido su gracia (1ªCo. 1:8; Fil. 1:6; 1ª P. 5:10; 2ª P. 3:9; He. 3:6, 14).Esta voluntad que Dios ha revelado es lo que debe interesarnos; a ella debemos seguir ymeditar sobre ella, porque mediante la palabra, por la cual él nos llama, el Espíritu Santo concedela gracia, el poder y la facultad para que podamos hacer todo esto. Pero no debemos tratar desondar el abismo de la oculta predestinación de Dios, según se nos dice en Lucas 13:24, dondealguien pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» y Cristo contesta: «Esforzaos a entrarpor la puerta angosta». Así dice Lutero: «Sigue tú el orden observado en la Epístola a losRomanos: Interésate primero en Cristo y su evangelio, para que puedas reconocer tu pecado y lagracia del Salvador, y después lucha contra el pecado, como San Pablo lo enseña en los capítulos1 a 8. Luego, cuando en el capítulo 8 hayas entrado en tentación a raíz de penas y aflicción, estaexperiencia te enseñará, cap. 9, 10, 11, cuan consoladora es la predestinación de Dios» (Prefacio,Epístola a los Romanos).Mas el que muchos son llamados, y pocos escogidos (Mt. 20:16; 22:14), no se debe alhecho de que el llamamiento de Dios hecho mediante la palabra tuviese el sentido como si Diosdijera: «<strong>Verdad</strong> es que exteriormente, por medio de la palabra llamo a mi reino a todos vosotros aquienes doy mi palabra; pero en mi corazón hago extensivo mi llamamiento no a todos, sino sóloa unos pocos. Porque mi voluntad es que la mayor parte de aquellos a quienes llamo por lapalabra, no sean iluminados y convertidos, sino condenados ahora y para siempre, por más que alllamarlos por la palabra les declaro otra cosa». Esto sería atribuirle a Dios voluntadescontradictorias. Vale decir, que en esta forma se enseñaría que Dios, la <strong>Verdad</strong> eterna, está encontradicción consigo mismo (diciendo una cosa, y meditando otra en su corazón), cuando enrealidad Dios castiga aun en los hombres el vicio de declararse por una cosa y abrigar en elcorazón una opinión distinta (Sal. 5:10-11; 12:3—4). Si admitimos en Dios un proceder tal,queda completamente socavado y destruido el necesario y consolador fundamento de nuestra fe417

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