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LIBRO DE CONCORDIA COMPLETO - Escritura y Verdad

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A esta unión personal, que no puede ser concebida ni existir sin aquella comuniónverdadera de las dos naturalezas, se debe el hecho de que la que padeció por los pecados de todoel mundo no fue la mera naturaleza humana, a la cual le es propio el padecer y morir, sino quefue verdaderamente el Hijo de Dios mismo, si bien según su asumida naturaleza humana, quienpadeció y quien (como lo confesamos en el Credo Apostólico) murió verdaderamente, aunque lanaturaleza divina no puede padecer ni morir. Así lo explicó en forma detallada el Dr. Lutero en su«Confesión Mayor Acerca de la Santa Cena» refutando la blasfema alloeosis de Zwinglio, quienhabía enseñado que una naturaleza debe lomarse y entenderse por la oirá, enseñanza que Luterocondenó a lo más hondo del infierno por tratarse de un artificio del diablo.Es por esta razón que los antiguos doctores de la iglesia, a los efectos de aclarar estemisterio, combinaron los dos términos, «comunión» y «unión», y explicaron lo uno por medio delo otro. Ireneo, Libro 4, cap. 3; Atanasio, en su Carta a Epicteto; Hilario, Sobre la Trinidad, libro9; Basilio y Gregorio de Nisa, en TeodoreW, Juan Damasceno, Libro III, cap. 19.A base de esta unión y comunión de la naturaleza divina y la humana en Cristoconfesamos, enseñamos y creemos también, conforme al Credo Apostólico, lo que se dicerespecto de la majestad que posee Cristo a la diestra del omnipotente poder de Dios, y que esinherente a dicha majestad, todo lo cual no existiría ni podría existir si a su vez esa unión ycomunión de las naturalezas en la persona de Cristo no existiera de hecho y en verdad.Y es por causa de esta unión y comunión de las naturalezas que la muy bendita virgenMaría dio a luz no a un mero hombre, sino a un hombre tal que es verdaderamente el Hijo delDios altísimo, según el testimonio dado por el ángel. Este Hijo de Dios manifestó su majestaddivina incluso en el seno de su madre, al nacer de una virgen sin que por ello quedara violada lavirginidad de la misma, por lo cual María es verdaderamente la madre de Dios, y no obstantepermaneció virgen.En virtud de aquella unión y comunión de las naturalezas, Cristo obró también todos susmilagros y manifestó esa su majestad divina según su beneplácito, cuándo y como quería, y porende no sólo después de su resurrección y ascensión al cielo, sino aun en su estado dehumillación, como por ejemplo en las bodas en Cana de Galilea (Jn. 2:1-11), y a los doce años deedad en medio de los doctores de la ley (Lc. 2:41-52); igualmente, en el huerto donde con unasola palabra hizo caer a tierra a sus adversarios (Jn. 18:6), lo mismo que en su muerte, pues nosimplemente murió como otro hombre cualquiera, sino que con su muerte y en ella derrotó alpecado, a la muerte, al diablo, al infierno y a la condenación eterna, cosa que la naturalezahumana sola no habría sido capaz de hacer si no hubiera tenido esa unión y comunión personalcon la naturaleza divina.De ahí le viene también a la naturaleza humana, después de la resurrección de entre losmuertos, esa exaltación por sobre todo lo creado en el cielo y en la tierra, la cual no es otra cosaque esto: Que Cristo depuso totalmente la forma de siervo, sin deponer, no obstante, sunaturaleza humana, la cual él retiene por toda la eternidad; y que además fue puesto en posesión yuso plenos de la majestad divina según la naturaleza humana que asumió, majestad que sinembargo poseía ya en el mismo instante de su concepción en el seno materno, despojándoseempero de la misma según el testimonio del apóstol (Fil. 2:7), y, como expone el Dr. Lutero,manteniéndola oculta en su estado de humillación, usándola no en lodo momento sino solamentecuando quería. Mas ahora, después de haber ascendido al cielo, no simplemente como otro santocualquiera, sino por encima de todos los cielos para llenarlo todo en forma verdadera, como loatestigua el apóstol (Ef. 4:10)— ahora él gobierna también, presente en todas partes, no sólocomo Dios sino también como hombre, de un mar al otro y hasta los confines de la tierra, comolo predijeron los profetas y lo atestiguan los apóstoles (Sal. 8:1, 6; 93:1; Zac. 9:10), quienes399

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