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El Conflicto de los Siglos por Elena de White [Nueva Ed.]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

el NuevoTestamento, y esto unido a <strong>los</strong> escritos <strong>de</strong> Lutero, le hizo abrazar la fe reformada. Poco <strong>de</strong>spués,<br />

presenció en un pueblo vecino la <strong>de</strong>capitación <strong>de</strong> un hombre <strong>por</strong> el <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> haber sido bautizado <strong>de</strong><br />

nuevo. Esto le indujo a estudiar las Escrituras para investigar el asunto <strong>de</strong>l bautismo <strong>de</strong> <strong>los</strong> niños. No<br />

pudo encontrar evi<strong>de</strong>ncia alguna en favor <strong>de</strong> él, pero comprobó que en todos <strong>los</strong> pasajes relativos al<br />

bautismo, la condición impuesta para recibirlo era que se manifestase arrepentimiento y fe. Menno<br />

abandonó la iglesia romana y consagró su vida a enseñar las verda<strong>de</strong>s que había recibido. Se había<br />

levantado en Alemania y en <strong>los</strong> Países Bajos cierta clase <strong>de</strong> fanáticos que <strong>de</strong>fendían doctrinas sediciosas<br />

y absurdas, contrarias al or<strong>de</strong>n y a la <strong>de</strong>cencia, y originaban agitaciones y tumultos. Menno previó las<br />

funestas consecuencias a que llevarían estos movimientos y se opuso con energía a las erróneas doctrinas<br />

y a <strong>los</strong> <strong>de</strong>signios <strong>de</strong>senfrenados <strong>de</strong> <strong>los</strong> fanáticos. Fueron muchos <strong>los</strong> que, habiendo sido engañados <strong>por</strong><br />

aquel<strong>los</strong> perturbadores, volvieron sobre sus pasos y renunciaron a sus perniciosas doctrinas. A<strong>de</strong>más,<br />

quedaban muchos <strong>de</strong>scendientes <strong>de</strong> <strong>los</strong> antiguos cristianos, fruto <strong>de</strong> las enseñanzas <strong>de</strong> <strong>los</strong> val<strong>de</strong>nses.<br />

Entre ambas clases <strong>de</strong> personas trabajó Menno con gran empeño y con mucho éxito.<br />

Viajó durante veinticinco años, con su esposa y sus hijos, y exponiendo muchas veces su vida.<br />

Atravesó <strong>los</strong> Países Bajos y el norte <strong>de</strong> Alemania, y aunque trabajaba principalmente entre las clases<br />

humil<strong>de</strong>s, ejercía dilatada influencia. Dotado <strong>de</strong> natural elocuencia, si bien <strong>de</strong> instrucción limitada, era<br />

hombre <strong>de</strong> firme integridad, <strong>de</strong> espíritu humil<strong>de</strong>, <strong>de</strong> modales gentiles, <strong>de</strong> piedad sincera y profunda; y<br />

como su vida era un ejemplo <strong>de</strong> la doctrina que enseñaba, ganábase la confianza <strong>de</strong>l pueblo. Sus<br />

partidarios eran dispersados y oprimidos. Sufrían mucho <strong>por</strong>que se les confundía con <strong>los</strong> fanáticos <strong>de</strong><br />

Munster. Y sin embargo, a pesar <strong>de</strong> todo, era muy gran<strong>de</strong> el número <strong>de</strong> <strong>los</strong> que eran convertidos <strong>por</strong> su<br />

ministerio. En ninguna parte fueron recibidas las doctrinas reformadas <strong>de</strong> un modo tan general como en<br />

<strong>los</strong> Países Bajos. Y en pocos países sufrieron sus adherentes tan espantosas persecuciones. En Alemania<br />

Car<strong>los</strong> V había publicado edictos contra la Reforma, y <strong>de</strong> buena gana hubiera llevado a la hoguera a<br />

todos <strong>los</strong> partidarios <strong>de</strong> ella; pero allí estaban <strong>los</strong> príncipes oponiendo una barrera a su tiranía. En <strong>los</strong><br />

Países Bajos su po<strong>de</strong>r era mayor, y <strong>los</strong> edictos <strong>de</strong> persecución se seguían unos a otros en rápida sucesión.<br />

Leer la Biblia, oírla leer, predicarla, o aun referirse a ella en la conversación, era incurrir en la pena <strong>de</strong><br />

muerte <strong>por</strong> la hoguera. Orar a Dios en secreto, abstenerse <strong>de</strong> inclinarse ante las imágenes, o cantar un<br />

salmo, eran otros tantos hechos castigados también con la muerte. Aun <strong>los</strong> que abjuraban <strong>de</strong> sus errores<br />

eran con<strong>de</strong>nados, si eran hombres, a ser <strong>de</strong>gollados, y si eran mujeres, a ser enterradas vivas. Millares<br />

perecieron durante <strong>los</strong> reinados <strong>de</strong> Car<strong>los</strong> y <strong>de</strong> Felipe II.<br />

En cierta ocasión llevaron ante <strong>los</strong> inquisidores a toda una familia acusada <strong>de</strong> no oír misa y <strong>de</strong><br />

adorar a Dios en su casa. Interrogado el hijo menor respecto <strong>de</strong> las prácticas <strong>de</strong> la familia, contestó: "Nos<br />

hincamos <strong>de</strong> rodillas y pedimos a Dios que ilumine nuestra mente y nos perdone nuestros pecados.<br />

Rogamos <strong>por</strong> nuestro soberano, <strong>por</strong>que su reinado sea próspero y su vida feliz. Pedimos también a Dios<br />

que guar<strong>de</strong> a nuestros magistrados." —Wylie, lib. 18, cap. 6. Algunos <strong>de</strong> <strong>los</strong> jueces quedaron<br />

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