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El Conflicto de los Siglos por Elena de White [Nueva Ed.]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

al clero ante el concilio nacional y exigió que se reformaran <strong>los</strong> enormes abusos sancionados <strong>por</strong> la<br />

iglesia. Con notable don <strong>de</strong> persuasión <strong>de</strong>scribió las usurpaciones y las corrupciones <strong>de</strong> la se<strong>de</strong> papal, y<br />

sus enemigos quedaron confundidos. Los amigos y partidarios <strong>de</strong> Wiclef se habían visto obligados a<br />

ce<strong>de</strong>r, y se esperaba confiadamente que el mismo reformador al llegar a la vejez y verse solo y sin amigos,<br />

se inclinaría ante la autoridad combinada <strong>de</strong> la corona y <strong>de</strong> la mitra. Mas en vez <strong>de</strong> esto, <strong>los</strong> papistas se<br />

vieron <strong>de</strong>rrotados. Entusiasmado <strong>por</strong> las elocuentes interpelaciones <strong>de</strong> Wiclef, el parlamento revocó el<br />

edicto <strong>de</strong> persecución y el reformador se vio nuevamente libre. Por tercera vez le citaron para formarle<br />

juicio, y esta vez ante el más alto tribunal eclesiástico <strong>de</strong>l reino. En esta corte suprema no podía haber<br />

favoritismo para la herejía; en ella <strong>de</strong>bía asegurarse el triunfo para Roma y ponerse fin a la obra <strong>de</strong>l<br />

reformador. Así pensaban <strong>los</strong> papistas. Si lograban su intento, Wiclef se vería obligado a abjurar sus<br />

doctrinas o <strong>de</strong> lo contrario sólo saldría <strong>de</strong>l tribunal para ser quemado.<br />

Empero Wiclef no se retractó, ni quiso disimular nada. Sostuvo intrépido sus enseñanzas y<br />

rechazó <strong>los</strong> cargos <strong>de</strong> sus perseguidores. Olvidándose <strong>de</strong> sí mismo, <strong>de</strong> su posición y <strong>de</strong> la ocasión,<br />

emplazó a sus oyentes ante el tribunal divino y pesó <strong>los</strong> sofismas y las imposturas <strong>de</strong> sus enemigos en<br />

la balanza <strong>de</strong> la verdad eterna. <strong>El</strong> po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l Espíritu Santo se <strong>de</strong>jó sentir en la sala <strong>de</strong>l concilio. Los<br />

circunstantes notaron la influencia <strong>de</strong> Dios y parecía que no tuvieran fuerzas suficientes para abandonar<br />

el lugar. Las palabras <strong>de</strong>l reformador eran como flechas <strong>de</strong> la aljaba <strong>de</strong> Dios, que penetraban y herían<br />

sus corazones. <strong>El</strong> cargo <strong>de</strong> herejía que pesaba sobre él, Wiclef lo lanzó contra el<strong>los</strong> con po<strong>de</strong>r irresistible.<br />

Los interpeló <strong>por</strong> el atrevimiento con que extendían sus errores y <strong>los</strong> <strong>de</strong>nunció como traficantes que <strong>por</strong><br />

amor al lucro comerciaban con la gracia <strong>de</strong> Dios. "¿Contra quién pensáis que estáis contendiendo? —<br />

dijo al concluir.— ¿Con un anciano que está ya al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sepulcro? —¡No! ¡contra la Verdad, la<br />

Verdad que es más fuerte que vosotros y que os vencerá!" (Wylie, lib. 2, cap. 13.) Y diciendo esto se<br />

retiró <strong>de</strong> la asamblea sin que ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> adversarios intentara <strong>de</strong>tenerlo.<br />

La obra <strong>de</strong> Wiclef quedaba casi concluida. <strong>El</strong> estandarte <strong>de</strong> la verdad que él había sostenido <strong>por</strong><br />

tanto tiempo iba pronto a caer <strong>de</strong> sus manos; pero era necesario que diese un testimonio mas en favor<br />

<strong>de</strong>l Evangelio. La verdad <strong>de</strong>bía ser proclamada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la misma fortaleza <strong>de</strong>l imperio <strong>de</strong>l error. Fue<br />

emplazado Wiclef a presentarse ante el tribunal papal <strong>de</strong> Roma, que había <strong>de</strong>rramado tantas veces la<br />

sangre <strong>de</strong> <strong>los</strong> santos. Por cierto que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> darse cuenta <strong>de</strong>l gran peligro que le amenazaba, y sin<br />

embargo, hubiera asistido a la cita si no se lo hubiese impedido un ataque <strong>de</strong> parálisis que le <strong>de</strong>jó<br />

imposibilitado para hacer el viaje. Pero si su voz no se iba a oír en Roma, podía hablar <strong>por</strong> carta, y<br />

resolvió hacerlo.<br />

Des<strong>de</strong> su rectoría el reformador escribió al papa una epístola que, si bien fue redactada en estilo<br />

respetuoso y espíritu cristiano, era una aguda censura contra la pompa y el orgullo <strong>de</strong> la se<strong>de</strong> papal. "En<br />

verdad me regocijo —<strong>de</strong>cía— en hacer notoria y afirmar <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos <strong>los</strong> hombres la fe que poseo,<br />

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