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El Conflicto de los Siglos por Elena de White [Nueva Ed.]

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

Se recrudece una guerra espiritual. Embatallados en El Conflicto de los Siglos, desde la eternidad pasada hasta los tiempos actuales, se están luchando dos fuerzas una contra el otra por la soberanía universal. Este libro se explica cómo inició la guerra, cómo llegará el punto culminante y cómo se terminará. Con desarrollos muy chocantes que pican la mente y despiertan las ascuas del alma, también la obra ilumina la visión y da revelación acerca de la manipulación espiritual, la política mundial, los regímenes represivos, los movimientos religiosos, los derechos y las libertades amenazados y la decodificación del misterio de la profecía.

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<strong>El</strong> <strong>Conflicto</strong> <strong>de</strong> <strong>los</strong> Sig<strong>los</strong><br />

gemidos y aun <strong>los</strong> que morían <strong>de</strong> hambre hacían un supremo esfuerzo para lanzar un lamento <strong>de</strong> angustia<br />

y <strong>de</strong>sesperación.<br />

Dentro <strong>de</strong> <strong>los</strong> muros la carnicería era aún más horrorosa que el cuadro que se contemplaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

afuera; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, soldados y sacerdotes, <strong>los</strong> que peleaban y <strong>los</strong> que pedían<br />

misericordia, todos eran <strong>de</strong>gollados en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada matanza. Superó el número <strong>de</strong> <strong>los</strong> asesinados al <strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> asesinos. Para seguir matando, <strong>los</strong> legionarios tenían que pisar sobre montones <strong>de</strong> cadáveres." —<br />

Milman, History of the Jews, libro 16. Destruido el templo, no tardó la ciudad entera en caer en po<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> <strong>los</strong> romanos. Los caudil<strong>los</strong> judíos abandonaron las torres que consi<strong>de</strong>raban inexpugnables y Tito las<br />

encontró vacías. Contemplólas asombrado y <strong>de</strong>claró que Dios mismo las había entregado en sus manos,<br />

pues ninguna máquina <strong>de</strong> guerra, <strong>por</strong> po<strong>de</strong>rosa que fuera, hubiera logrado hacerle dueño <strong>de</strong> tan<br />

formidables baluartes. La ciudad y el templo fueron arrasados hasta sus cimientos. <strong>El</strong> solar sobre el cual<br />

se irguiera el santuario fue arado "como campo. (Jeremías 26: 18.) En el sitio y en la mortandad que le<br />

siguió perecieron más <strong>de</strong> un millón <strong>de</strong> judíos; <strong>los</strong> que sobrevivieron fueron llevados cautivos, vendidos<br />

como esclavos, conducidos a Roma para enaltecer el triunfo <strong>de</strong>l conquistador, arrojados a las fieras <strong>de</strong>l<br />

circo o <strong>de</strong>sterrados y esparcidos <strong>por</strong> toda la tierra.<br />

Los judíos habían forjado sus propias ca<strong>de</strong>nas; habían colmado la copa <strong>de</strong> la venganza. En la<br />

<strong>de</strong>strucción absoluta <strong>de</strong> que fueron víctimas como nación y en todas las <strong>de</strong>sgracias que les persiguieron<br />

en la dispersión, no hacían sino cosechar lo que habían sembrado con sus propias manos. Dice el profeta:<br />

"¡Es tu <strong>de</strong>strucción, oh Israel, el que estés contra mí; . . . <strong>por</strong>que has caído <strong>por</strong> tu iniquidad!" (Oseas 13:<br />

9; 14: 1, V.M.) Los pa<strong>de</strong>cimientos <strong>de</strong> <strong>los</strong> judíos son muchas veces representados como castigo que cayó<br />

sobre el<strong>los</strong> <strong>por</strong> <strong>de</strong>creto <strong>de</strong>l Altísimo. Así es como el gran engañador procura ocultar su propia obra. Por<br />

la tenacidad con que rechazaron el amor y la misericordia <strong>de</strong> Dios, <strong>los</strong> judíos le hicieron retirar su<br />

protección, y Satanás pudo regir<strong>los</strong> como quiso. Las horrorosas cruelda<strong>de</strong>s perpetradas durante la<br />

<strong>de</strong>strucción <strong>de</strong> Jerusalén <strong>de</strong>muestran el po<strong>de</strong>r con que se ensaña Satanás sobre aquel<strong>los</strong> que ce<strong>de</strong>n a su<br />

influencia. No po<strong>de</strong>mos saber cuánto <strong>de</strong>bemos a Cristo <strong>por</strong> la paz y la protección <strong>de</strong> que disfrutamos.<br />

Es el po<strong>de</strong>r restrictivo <strong>de</strong> Dios lo que impi<strong>de</strong> que el hombre caiga completamente bajo el dominio <strong>de</strong><br />

Satanás. Los <strong>de</strong>sobedientes e ingratos <strong>de</strong>berían hallar un po<strong>de</strong>roso motivo <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento a Dios en<br />

el hecho <strong>de</strong> que su misericordia y clemencia hayan coartado el po<strong>de</strong>r maléfico <strong>de</strong>l diablo. Pero cuando<br />

el hombre traspasa <strong>los</strong> límites <strong>de</strong> la paciencia divina, ya no cuenta con aquella protección que le libraba<br />

<strong>de</strong>l mal.<br />

Dios no asume nunca para con el pecador la actitud <strong>de</strong> un verdugo que ejecuta la sentencia contra<br />

la transgresión; sino que abandona a su propia suerte a <strong>los</strong> que rechazan su misericordia, para que recojan<br />

<strong>los</strong> frutos <strong>de</strong> lo que sembraron sus propias manos. Todo rayo <strong>de</strong> luz que se <strong>de</strong>sprecia, toda admonición<br />

que se <strong>de</strong>soye y rechaza, toda pasión malsana que se abriga, toda transgresión <strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Dios, son<br />

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