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3. Niños de Todo el Mundo

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—¡Hagámoslo, hagámoslo! —gritó Richie.

Probablemente cuando el árbol pequeño choque contra

el mayor le hará salir volando —dijo Mike.

—¡Oh, no! Este gato se agarra como el azúcar al pastel

—dijo Paul McGee.

—Lo probaremos. Sam, tú y Sweede traed la sierra.

Mike, tú trae el hacha.

—Yo soy minero, no leñador —gruñó Mike.

-T rae el hacha -voceó Paul McGee.

—Eres duro como la piedra, Paul McGee —dijo Mike-.

Tan duro como los pasteles que haces, y ¡cuidado que son

duros! Pero se dirigió al almacén de herramientas.

Los hombres pasaron mucho rato escogiendo el árbol

que tenían que cortar. Se chuparon el dedo y lo levantaron

para comprobar de dónde venía el viento. El viento era frío.

Midieron las distancias a largos pasos.

—Este es el árbol —dijo finalmente Paul McGee.

Los hombres se pusieron a trabajar con el hacha y la

sierra y pronto Paul McGee gritó:

-¡Árbol!

Richie cerró los ojos con fuerza; cuando los volvió a

abrir, el árbol pequeño estaba recostado en el alto abeto.

Formaba una especie de escalera. Pero Gato Negro había

subido más arriba.

Por más que le llamaron y le ordenaron bajar, Gato

Negro no se movía del árbol.

Cuando al día siguiente se despertó, Richie supo inmediatamente

qué había pasado. Podía decirlo por la rara luz

blanca que llenaba su habitación y por el brillo blanco de

la ventana.

Había nevado.

Todo parecía raro. Con la blancura, las casas parecían

más pequeñas, los árboles más pequeños también, el cielo

más cerrado. Era difícil andar.

La madre vacilaba y tropezaba mientras iban hacia el

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