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de la raya se quedó enterrado allí. Imagínate, dice doña
Chole, que eran cajas y cajas de monedas de oro, pues entonces
no había dinero de papel. Por las noches, cuando
nadie la ve, va a la mina a cavar, y ya me dijo exactamente
el lugar.
—¿Y qué vamos a hacer nosotros?
—Vamos a sacar el dinero tú y yo, a no ser que tengas
miedo.
Indignada, la niña le responde:
-Soy valiente y contigo iré a donde quieras.
Empezaba a llover muy menudito, pero decididos emprenden
el camino hacia la mina.
Resbalando aquí y allá, cayendo algunas veces, caminaron
casi dos horas hasta llegar al oscuro túnel, entrada
de la mina.
Los dos están temblando. Toño dice:
—“M anita”, estás temblando; ¿quieres regresar?
—No, hermanito, no tengo miedo, tengo frío.
Una parvada de murciélagos les da la bienvenida, y
Toño, al oír a su hermana gritar, ordena: —¡Pecho a tierra!
El túnel por momentos se oscurece, las telarañas se les
pegan a la cara, hay chillidos de insectos, aleteos de bichos
asquerosos, el techo gotea agua muy fría; de repente se topan
con una pared. Toño enciende la lámpara y se da cuenta
que hay muchos túneles y no saben cuál tomar, y sin
darse cuenta cada vez se adentran más en aquel horrendo
laberinto. De pronto un aire helado hace que se apague la
lámpara, cae Toño y se da cuenta que el agua ya les llega
a las rodillas. Por fin, cansados, helados hasta el hueso, se
sientan en unas piedras a llorar. Están perdidos.
En casa de Martiniano, Rosa nota la ausencia de los
niños. Alarmada avisa a su papá; éste los busca por todas
partes.
La noticia vuela en un instante. Los vecinos se aprestan
a ayudar.