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3. Niños de Todo el Mundo

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—¡Agárrate fuerte! —gritó alguien.

Se abrió la válvula de la máquina de aire y a cierta

distancia apuntaron el tubo de salida hacia Helmut. Un

viento tremendo golpeó a Helmut. Todo se hizo borroso.

El aire le golpeaba tan fuertemente que apenas podía respirar.

Daba boqueadas como un pez. Cuando la máquina

de aire se paró, los vestidos de Helmut estaban completamente

secos. La maravillosa máquina había secado también

los zapatos. Contento, Helmut movió los dedos de los pies

dentro de los calcetines.

—Bueno, amigo —dijo el capataz—, todo ha terminado

bien. Ahora, a casa.

Helmut cogió su patinete y marchó a toda prisa. Tomó

un atajo. Al poco rato, estaba aparcando al lado del coche

de su padre.

Subió en ascensor al piso.

Susana estaba durmiendo en el suelo de la salita.

—Así que era aquí donde estabas —gritó Helmut.

Susana se despertó.

—¿Me buscabas? —preguntó-. Fui a la fábrica de papel

y vi unas máquinas que rompen cartón y luego prensan los

trozos para hacer grandes bolas.

Para demostrar a Susana que la había perdonado, Helmut

construyó un castillo con todas las almohadas del apartamento.

Después se sentaron en el castillo y contemplaron

las luces de la ciudad.

—No le diré a nadie que me has pegado —dijo Susana.

Helmut sonrió.

—Y yo no diré que te fuiste a la fábrica de papel, donde

no te dejan ir.

Era como si nunca se hubieran peleado.

Mañana, Helmut hará su ejercicio de aritmética. Algún

día, él y Susana contarán a sus padres lo que hicieron

aquel día. Algún día.

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