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3. Niños de Todo el Mundo

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cupara por él. En el camino, se había perdido y había caminado

sin rumbo durante cuatro horas, con la lluvia y el

barro.

Mientras le escuchaba, la madre de Spiridoula se santiguó

muchas veces y dio gracias al cielo por haber ayudado

a su marido a llegar a casa sano y salvo.

Spiridoula no dijo nada. Se limitaba a mirar a su padre,

esperando ver la muñeca que había prometido llevarle

a casa. Estaba tan ansiosa que no podía pensar en otra cosa.

Había esperado tanto tiempo la muñeca, la hermosa muñeca

con zapatos rojos.

De repente, como si hubiera leído el pensamiento de

su hija, el padre la miró a los ojos y le dijo suavemente:

—Spiridoula, ven acá. Siento no haberte traído el regalo

prometido. La muñeca se perdió en la tormenta. Pero la

próxima vez que salga a la mar, te traeré otra muñeca mucho

más bonita.

Spiridoula miró la cara de su padre. Sus ojos estaban

tristes, aunque llenos de ternura y amor. Parecía tan cansado,

tan envejecido. De pronto, la muñeca ya no le pareció

tan importante.

Spiridoula saltó al regazo de su padre y le dijo:

—No te preocupes, papá. Soy muy feliz viendo que has

vuelto sano y salvo a caáa.

Sin decir palabra, el capitán besó tiernamente a su hija.

Y Spiridoula pensó que acababa de recibir el mejor de los

regalos en aquella noche santa.

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