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3. Niños de Todo el Mundo

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—Mruczek, vamos, ¡date prisa! ¿O quizá te duelen los

pies?

El gato miró el sendero, se dirigió a la puerta, se curvó

sobre sí mismo y se durmió. Mientras Celka corría hacia el

pueblo. Corría tan deprisa que se golpeaba los talones y le

volaban las trenzas.

En un momento pasó el granero y atravesó el campo

de coles. El pozo chirrió y la niña contestó cantando. Siguió

el borde del prado hasta el estanque de los patos, cruzó el

puente y después giró a la izquierda y se fue por detrás de

las colmenas.

Cuando Celka llegó, Basia, Kasia y Sabinka tenían ya

sitio en los bancos del cuartel de bomberos. La película estaba

a punto de comenzar.

Cuando terminó, Celka volvió a casa y dijo:

—¿Sabes qué pienso, abuela?

—Que quieres ver otra vez la película —dijo la abuela.

—No, no pensaba esto. Me preguntaba si el cuartel de

bomberos y la tienda están cerca o lejos de nuestra casa.

-S í, claro —dijo la abuela—, ¿'están lejos o están cerca?

¿Qué decides?

Celka pensó un ratito. Después dijo:

—Zuczek me siguió a la tienda. Corrió, ladró y saltó.

Quería ir a la tienda conmigo. Mruczek sólo llegó hasta la

puerta y luego maulló y se quedó dormido. Para Zuczek era

un paseo corto, pero para Mruczek el camino era demasiado

largo. ¿Para mí? A veces es corto, a veces largo.

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