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frente a la iglesia, la fuente delante de la forja del herrero
y la elegante y moderna escuela, al lado del campo de fútbol.
Después, vuelves a poner la brújula en el bolsillo, y
mandas a tus padres, amigos y conocidos este telegrama:
LLEGADO SANO Y SALVO AL PUEBLO DE
FARFOUNET / STOP / MUCHOS BESOS DE...
(Pon después tu dirección y firma.)
Pero se me ocurre ahora que, sin duda, te estás preguntando
en este momento: “¿Quién podrá ser este Farfounet?”
Porque este nombre puede ser de un gato, un chico,
una alondra o un erizo.
¡Muy bien! La pregunta demuestra que tienes sentido
común. Y yo debía haberla contestado al principio.
Feliz como la alondra, vivaracho como un niño, juguetón
como un gatito, tan bien peinado como un erizo, Farfounet
es un niño muy amable, y estoy seguro de que me
darás las gracias por habértelo hecho conocer.
Los habitantes del lugar, gente muy amable, tendrán
mucho gusto en facilitarte la dirección.
¿La casa de Earfounet? Sigue adelante. Está detrás del
bosquecillo. Ve directamente a la granja, en la que verás
una parra que trepa por la pared, la jaula de un pichón, un
corral con un caballo negro que patea el suelo, seis vacas
blancas mugiendo en el establo y un tractor de un rojo llameante
en el granero.
Este es el sitio. No tiene pérdida.
El propio Farfounet abrirá la puerta y te dará la mano,
como a un viejo amigo. Entonces, probablemente te dirá:
—¿Farfounet? Sí, todo el mundo me llama así. Porque
al parecer soy un diablillo, muy malo y muy ruidoso.
Si le dices que tú también eres uno de estos muchachos
que son unos diablillos, malos y ruidosos y que, en tu
opinión, esto está muy lejos de ser una desgracia, ya no
tendrás que rogarle que te muestre sus tesoros.