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3. Niños de Todo el Mundo

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descubierto al autor de la ingeniosa travesura sin que nadie

se atreviera a acusarle.

Había sido Juan, que aquel día no se sabía la lección.

Con un finísimo alfiler en la punta del zapato, manejado el

pie con destreza, disolvió la reunión antes de que le llegara

el tumo de repetir las reglas de ortografía.

Semejante osadía escandalizó a sus compañeros. Los

de mejor humor rieron el incidente. Mas los que habían

sido protagonistas de la escena comentaron entre sí:

—Nos la tiene que pagar. Hay que pensar algo que sirva

de escarmiento a ese bribón.

Una mañana, Juan entró en la clase. Dejó la gorra en

la percha y se sentó en su pupitre. Su compañero de banco

le dijo:

-¿Q ué te pasa, Juan, que tienes los ojos hinchados?

El aludido se restregó los párpados y sintió un agudo

dolor.

El encargado del orden en la clase se le acercó y le preguntó

:

—¿Qué te pasa, Juan, que tienes la cabeza hinchada

como un bombo?

Este se llevó las manos a la cabeza y empezó a estremecerse

de angustia.

—¡Ay! —exclamó—, parece que los ojos me hacen ver visiones.

No veo, no veo.

Entonces, se pidió permiso al maestro para que el enfermo

se retirara. Concedido el permiso, fue a ponerse la

gorra y no le entraba en la cabeza.

—¡Ay de mí! —gritó—. ¡Se me saltan los sesos!

Frente a la escuela había una clínica, y allí llevaron al

enfermo. Juan entró aturdido a la sala de visitas.

—¡Doctor, doctor! —gritaba angustiado—. Atiéndame enseguida,

qiir ~r~T n t r s los sesos.

—¡Cálmate, cálmate! —contestó el galeno-. Procuraré

quitarte ese dolor que te enloquece.

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