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3. Niños de Todo el Mundo

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—Demasiado caro —dijo Helmut—. Pero ayúdame, por

favor, debo ir a la ciudad y encontrar a mi hermana. Se

escapó de casa.

El portero andó hasta la curva y esperó. Pasaron coches,

autobuses y camionetas. De pronto, haciendo señales

con los brazos, hizo sonar un silbato. Se detuvo un camión,

con una mezcladora de cemento. El conductor habló por la

ventanilla con el portero. Se dieron la mano. Después el

portero hizo señales con la mano a Helmut para que se

acercara. Helmut fue con su patinete hacia allí.

—Aquí está —dijo el portero al conductor— Debe ir a

la ciudad. Llévalo contigo.

—Sube —dijo el camionero.

Helmut subió a la cabina del camión. El portero le ayudó

a cargar el patinete. El camionero pisó el acelerador y

el camión salió rugiendo.

' —Tienes suerte. El portero es mi cuñado. Paso por delante

del hotel unas veinte veces al día para ir de la fábrica

al almacén —dijo el conductor.

Helmut estaba sentado muy por encima del tráfico, por

encima de todos los coches de la carretera. ¡Qué divertido

debía ser ir montado así y verlo todo!

Cuando llegaron a la ciudad, pasaron por un puente

que estaba al nivel del tercer piso de los edificios. Helmut

pudo ver gente trabajando en las oficinas.

Una vez Helmut intentó pasar en patinete por aquel

mismo puente, pero un policía le detuvo diciéndole que estaba

prohibido. Ahora ningún policía podía ver su pie sobre

el patinete, porque iba en la cabina del conductor.

—¡Más aprisa! —gritó Helmut, haciendo sonar el timbre

del patinete— Debemos ponemos delante de todos.

El conductor se rió y aceleró. Helmut vio cómo subía

la aguja del velocímetro.

Llegaron al almacén y se detuvieron. Helmut se apeó

del camión y bajó su patinete.

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