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pensar. No siempre había estado solo. Antes tenía a su hermanita
Marta. Pero un día volvió enferma del colegio. Estuvo
en cama una semana. Después, murió. Lloraba al pensar
en ella y en lo solo que ahora estaba.
Fue entonces cuando oyó unos débiles pasitos bajo la
cama.
—¿Estará este sitio encantado? —se preguntó Bertil.
Se inclinó sobre el borde de la cama. Allí, debajo de la
cama, había un niño, un niño como todos, pero tan pequeño
como el dedo pulgar.
—Hola —dijo el enanito.
—Hola —dijo Bertil, un poco avergonzado.
—¿Qué tal? —continuó el pequeño.
Ninguno dijo nada durante un rato.
-¿•Quién eres? -preguntó Bertil-. ¿'Qué haces debajo
de mi cama?
—Me llamo Nils Karlsson, el enano. Vivo aquí. Bueno,
no debajo de tu cama exactamente, sino un poquito más
abajo. Mira, allí, en el rincón, está la entrada de mi casa
—dijo señalando una ratonera.
—¿•Hace mucho tiempo que vives aquí? —preguntó entonces
Bertil.
—No, sólo unos días. Antes vivía en las raíces de un
árbol, en el parque. Pero, cuando nieva, uno se harta de
vivir al aire libre y quiere regresar a la ciudad. Tuve suerte
al encontrar esta habitación. Es de un ratón que se ha trasladado
a casa de su hermana, en Sódertálje. Por cierto, cada
vez es más difícil encontrar un buen apartamento.
Sí, Bertil también lo había oído comentar.
—Alquilé la habitación sin muebles. Es lo mejor. Sobre
todo si tienes muebles propios —explicó el enanito.
—¿•Los tienes? —preguntó Bertil.
—No, éste es el problema, no los tengo —dijo el enano,
preocupado—. Brrrr, hace frío en mi cuarto, pero aquí arriba
hace frío también —dijo estremeciéndose.