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Para tía Hana: un guante de lana para trabajar cuando
hiciera frío. (El otro guante quedaría terminado dentro de
uno o dos días; pensó que a tía Hana no le importaría.)
Para Akira: un chaleco acolchado. (Hecho con una cortina
vieja. En la parte delantera sus iniciales, A. O., estaban
bordadas en rojo, en bonitas mayúsculas.)
Para Toshi: un quimono. (Una pieza de exquisitos colores,
hecha de retales de tela cosidos entre sí.)
La siguiente fue tía Hana.
Para mamá: ropa interior para esquiar. (Hecha con un
antiguo jersey, garantizado contra el frío.)
Para Akira: tía Hana fue a la cocina y regresó con uno
de los esquís. (Se los había prestado mucho antes, pero ahora
confirmaba el regalo. Tenía que perdonar el que no le
trajera los dos, pero eran demasiado largos.)
Para Toshi: ropa interior para esquiar. (Sentía mucho
que los dos regalos de Toshi estuvieran hechos con retales,
pero esperaba que esto no le importaría, porque hacía juego
con la que había hecho para mamá.)
Le tocó el turno a Toshi.
Para la madre, tía Hana y Akira: un par de manguitos
de tela, hechos a mano.
El último fue Akira. Hasta entonces había permanecido
sentado, sonriendo bobamente cada vez que uno de los presentes
le hacía un regalo. Pero ahora que le tocaba el tumo,
su expresión se volvió más sombría, porque sabía perfectamente
que los demás ya conocían lo que les iba a regalar.
—Hum, yo... pues... —fue todo lo que pudo decir al principio.
Pasaron apuros para conseguir sacarle algo más.
Finalmente se serenó, abrió el paquete que estaba junto
a él y sacó una gran bandeja. En la bandeja había un manojo
de plumas de faisán atadas con cintas.
—Hum..., bueno, la carne del faisán nos la comimos ayer
para cenar, y la debemos tener todavía en el estómago, pero
esto es para todos, con muchos besos de Tom y míos.