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en las manzanas. Anda, date prisa. Esta tarde me ayudarás
a podar el huerto del este.
Martín quería a su abuelo más que nada en el mundo.
Cuando creciera, le gustaría ser como él, dueño del gran
huerto, pero las ideas del cuento inacabado continuaron calentando
su cabeza durante toda aquella tarde de principios
de primavera.
-¡M artín! ¡Martín! —repitió su abuelo— ¿Estás sordo,
muchacho? Te dije que me dieras el cuchillo de podar.
Pero Martín no podía olvidar el cuento. Trataba de una
princesa y una bruja, y encantamientos y muchas cosas
emocionantes. Intentando adivinar el final del cuento, Martín
olvidó sostener el pie de la escalera. No amontonó las
ramas podadas para quemarlas. Se equivocó al colocar las
cosas, no escuchó lo que se le decía y estuvo realmente terrible.
Finalmente, sin querer, hizo algo catastrófico. Su abuelo
estaba en una rama bastante alta de un árbol, con el último
peldaño de la escalera bajo sus pies. Gritó pidiendo algo.
Martín, que estaba soñando, no oyó exactamente lo que decía,
pero saltó, cogió la escalera y la colocó en otro árbol.
Esto era una perfecta estupidez, y nunca lo hubiera hecho
si hubiera pensado un poco.
Pero su mente estaba absorta con el cuento de la bruja.
Un momento más tarde oyó una exclamación, seguida
de un ruido brusco y el estruendo de una caída tras él.
Se volvió horrorizado.
-¡O h, abuelo! —gritó corriendo hacia la figura que se
movía en el suelo.
—¿Dónde estaba la escalera? —preguntaba su abuelo—
Creí que la estabas aguantando como te dije que hicieras.
La pusiste allá, junto a otro árbol. ¡Esto ya es demasiado!
El anciano se levantó y se quedó mirando a Martín.
—Creo que estás loco —dijo lentamente, y volviéndose
sin decir nada más, se alejó cojeando hacia la granja.