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3. Niños de Todo el Mundo

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El americano escuchaba cortésmente. De repente, vio

a Jan.

—Hola —dijo levantándose.

—¡Vaya, por Dios! ¡Aquí lo tenem os!vdijo Fred.

—¿Dónde estabas? —preguntó el padre. Estábamos preocupados.

Fred fue a buscarte y regresó con este señor.

Jan sostenía los zuecos con las dos manos. El americano

los tomó cuidadosamente. Aún estaban húmedos, pero

se los podía secar.

—El niño está empapado —exclamó el padre.

—¿Tanto llueve? ¿Te volviste a caer otra vez al canal?

—Fui a buscarte al petatkraam —dijo Fred— El americano

salió y me preguntó por el autobús. Dijo que no habías

regresado. Entonces le dije: “Míster, si mi hermanito

le promete traerle unos zuecos, los traerá, aunque tenga que

ir al Polo Norte a buscarlos”.

—Al canal —gritó el padre— No puedo creerlo. Dúchate

con agua caliente inmediatamente. -Mientras, te prepararé

una taza de cacao.

¡No dijo nada de la bicicleta!

—Continuemos —dijo el padre—. Le decíamos a tu americano

cómo van las cosas de verdad en este país.

El americano miró los pequeños zuecos con deleite. Dijo:

—Auténticos zuecos de madera. Para mi hija. ¡Auténticos!

Como los que llevan todos los niños holandeses.

Lo dijo en inglés, pero Jan lo entendió. Silbando, subió

corriendo a darse una buena ducha.

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