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3. Niños de Todo el Mundo

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dos muchachos, cargados como muías con sendas garrafas

llenas de agua preparada desde el día anterior con unas gotas

de aguardiente y, además, con unos cuantos vasos en

los bolsillos y con una botella vieja en la mano medio llena

de unas copas de repuesto, comenzaron a sudar y a resoplar

como burros de carga.

Pablo no tardó mucho en quejarse:

-M e abraso de sed. No puedo más. ¿Cómo vamos a

transportar todo el rato, con el calor que hace, esa agua tan

olorosa, sin poder probar ni una gota? Es un tormento.

¿Podríamos beber un vasito, por lo menos?

—Bueno —accedió Pedro—, pero sin estafar a nadie, ¿eh?

Tú y yo hemos formado una sociedad para vender agua

con aguardiente y no es cosa de defraudar a la sociedad.

Si quieres un vaso tendrás que pagarlo al precio convenido.

—Me parece bien, si tú haces lo mismo cuando no resistas

más. Un duro me ha quedado después de poner todos

mis ahorros en el negocio. Aquí lo tienes. Venga el vaso.

Pedro se embolsó el duro y sirvió un vaso a su compañero.

Al poco rato fue Pedro quien comentó:

—¿' Sabes que me has dado sed, viéndote beber con tanto

gusto? Me parece que yo también voy a pagarme un vasito.

Toma un duro.

Y entregando a su amigo la moneda que éste le había

dado antes, Pedro sació su sed.

Unos minutos más tarde, Pablo volvió a quejarse:

-E l sol es cada vez más fuerte. El vaso de antes sólo

me ha servido para refrescarme la lengua y darme más sed.

Aquí tienes el dinero. Quiero otro vaso.

Y devolvió la moneda a Pedro, el cual unos pasos más

adelante, exclamó:

—Chico, me ocurre lo mismo que a ti. Es mejor no beber

nada que probar un solo vaso. Por lo menos, si no bebes

nada, no recuerdas el gusto y el frescor del agua en la

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