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3. Niños de Todo el Mundo

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Todos se quedan asombrados al ver una artista tan

chiquita, la felicitan, le hacen cariños y le piden se deje retratar.

Ella, feliz, accede a todo.

Al día siguiente toda la familia se pone a trabajar. Crucita

se siente orgullosa al ver que sus hermanos la consultan.

Ella aprueba o reprueba según su parecer.

Semanas más tarde de haber enviado el pedido, el cartero

trae una carta para Martiniano. Este, visiblemente emocionado,

llama a la familia: —¿Qué creen, muchachos? Nuestra

Crucita ha triunfado. Su alcancía ha tenido un éxito

grande; piden que les mandemos más puerquitos, y piden

permiso para hacer carteles como anuncio, que los mandarán

por todo el mundo. Claro está, por esto pagarán mucho

dinero.

Hay gritos de alegría; todos besan y abrazan a su hermana.

Crucita está aturdida, siente demasiadas emociones a

la vez. Es feliz al ver que sus sueños se han logrado, y al

mismo tiempo siente que su corazón le va a estallar. En

medio de esta confusión de sentimientos, no pudiendo resistir

más, se levanta y con pasitos torpes, vacilantes, se

acerca poco a poco a su papá. Nadie se atreve a pronunciar

palabra. Inmóviles como estatuas están todos al ver aquel

milagro ante sus ojos.

Al llegar junto a su padre, los dos se abrazan sollozando

sin poderse contener.

El padre, tratando de controlar sus sentimientos, entre

risas y lágrimas pregunta: —Hijita, ¿qué tienes, por qué lloras

así?

Ella responde: —Lloro de alegría como tú me enseñaste,

papá. Yo ya soy grande.

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