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bajo y el cielo en lo alto. Pasear no era la distracción favorita
de Celka.
Zuczek, el perro, le había seguido. Saltó y aulló alegremente
cuando la alcanzó.
—¿Por qué estás tan contento, perro tonto? Seguro que
no te duelen los pies tanto como a mí.
Celka llegó finalmente a la tienda y compró la sal. De
vuelta a casa, se encontró con tres niñas, Basia, Kasia y
Sabinka.
—Sabes, Celka, esta noche hay cine en el cuartel de
bomberos. Ahora están ya poniendo los bancos. Todo el
mundo puede ir a ver la película.
—¿Yo también? —preguntó Celka.
-Claro, tú también. Pero debes ir en seguida. La Película
va a comenzar pronto.
Sin decir siquiera adiós a las niñas, Celka corrió a casa.
Zuczek salió detrás de ella, aullando con fuerza.
—Aquí está la sal, abuela —dijo la niña casi sin respiración.
Después, rápidamente añadió: —Déjame ir al pueblo
otra vez. Van a dar una película en el cuartel de bomberos
esta tarde.
—¿De veras —dijo la abuela—ya no te duelen los pies?
El cuartel de bomberos está al lado de la tienda, y esto está
muy lejos.
—Pero, ¿qué dices, abuela? —protestó Celka—. Si está
cerca. Sólo he de pasar por detrás del granero que gotea,
atravesar el campo de coles y el pozo que chirría, seguir el
borde del prado hasta el estanque de los patos, cruzar el
puente y después torcer a la izquierda, detrás de unas colmenas.
No está nada lejos.
—Muy bien, puedes ir —dijo la abuela.
Celka salió de la casa seguida de Mruczek, el gato.
Mruczek era muy perezoso. Le gustaba tumbarse al sol o
sentarse junto a la estufa. Por esto, Celka se preguntó por
qué quería ir a pasear así, de repente.