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3. Niños de Todo el Mundo

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—¡Hermana Águila! ¡Hermana Águila! Dinos si te parece

justo que el Tigre quiera comerme, después de haberle

librado de un terrible encierro del que no hubiera podido

escapar solo.

El Águila siguió planeando lentamente sobre ellos durante

unos momentos. Luego descendió y habló con voz

clara:

—Yo vivo en las nubes y nunca hago ningún daño a los

hombres. Sin embargo, cuando ellos pueden encontrar mi

nido, matan a mis hijos y me lanzan flechas. Los hombres

son de una raza cruel. Que el Tigre se coma al Brahmán.

El Tigre saltó sobre el Brahmán, y el pobre hombre se

vio apurado para convencerle de que todavía debía esperar.

Consintió, al fin, y continuaron su camino. Un poco

más lejos vieron un cocodrilo casi enterrado en el légamo,

cerca del río.

—¡Hermano Cocodrilo! ¡Hermano Cocodrilo! —gritó el

Brahmán—. ¿Te parece verdaderamente justo que este Tigre

me quiera comer luego de haberle librado de la jaula?

El viejo Cocodrilo se revolvió en el légamo, gruñendo

y resoplando, y dijo con voz rota:

—Yo estoy todo el día echado en el légamo sin moverme

porque soy viejo, no tengo dientes ni fuerza para andar.

Yo no puedo cazar y soy inocente como una paloma. Sin

embargo, cuando los hijos de los hombres me ven, me tiran

piedras, me pinchan con palos puntiagudos, me insultan, se

burlan de mi impotencia. Los hombres son de una raza cobarde.

Que el Tigre se coma al Brahmán.

—Me parece que ya hay bastante con lo que hemos oído

—dijo el Tigre—. Todos saben que la raza del hombre es

mala. ¡Vamos!

—¡Pero aún falta uno, hermano Tigre! —gritó el pobre

Brahmán—. Acuérdate de que eran cinco los que debíamos

consultar.

El Tigre acabó por consentir, aunque contra su volun­

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