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3. Niños de Todo el Mundo

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Bueno, ésa fue su intención, porque a medida que se iba

acercando al fondo del tanque, se daba cuenta que éste se

hallaba seco. Jacinto dio vuelta a la cara, se arqueó todo,

trató de volver para arriba, pero todo fue inútil. Siempre

se cae para abajo y no para arriba... Lo último que intentó

Jacinto fue gritar:

-¡ Socoooooo...! -pero no pudo terminar, porque en ese

momento... ¡PAF!, una casa tirada desde un avión no habría

hecho tanto ruido. ¿Qué había sucedido? Pues que Cipriano

había cerrado la canilla del tanque, y como todos

estaban acostumbrados a que la dejase siempre abierta, usaron

el agua habitual y el tanque no volvió a llenarse.

El desconcierto cundía en la estancia. Eso era un desorden

vivo. Todos, reunidos en el patio, gritaban y protestaban.

Esa mañana nadie encontraba nada.

Fue entonces cuando desde las parvas se recortó la silueta

de Cipriano, que se acercaba sonriente.

—¿Y... qué tal? —comenzó alegremente— Ya no podrán

decir nada de mí. La tranquera está cerrada, la canilla del

tanque también cerrada, y todas las cosas en orden, ¿no?

—¿Cómo? —exclamaron todos a coro.

Adelantándose unos pasos, el patrón se acercó a Cipriano

y, poniéndole una mano en el hombro, le dijo:

—Mira, Cipriano; me parece muy bien que hayas decidido

cambiar, pero sucede que nosotros estábamos acostumbrados

a tu desorden y a tus olvidos y ahora nos estamos

volviendo locos, ¿ sabes? Lo mejor es que por un tiempo

sigas como antes...

Cipriano miraba al patrón sin comprender.

Se fue a las parvas y, contemplando la inmensa pampa

que se extendía delante suyo, dijo en voz baja:

—¿Quién entiende a la gente? ¡Me quedo con los animales!

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