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3. Niños de Todo el Mundo

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Lo primero que vieron fue una palmera.

—¡Hermana Palmera! —dijo el Brahmán— ¿Crees tú que

es honrado y justo que el Tigre me coma, después de ser

yo quien le ha abierto la jaula?

La Palmera inclinó su cabeza para mirarlos y dijo con

una voz floja:

-D urante el verano, cuando el sol abrasa, los hombres

vienen a resguardarse a mi sombra y a refrescarse con mis

frutos: luego, cuando viene la noche y han descansado, rompen

mis ramas y destrozan mis hojas, porque el hombre es

de una raza injusta. Que el Tigre se coma al Brahmán.

El Tigre saltó sobre el Brahmán, que gritó:

—¡No! ¡Todavía no! Aún no hemos consultado más que

a uno y faltan cuatro.

Un poco más allá encontraron un búfalo tumbado en

medio del camino. El Brahmán le dijo:

-Herm ano Búfalo, ¿crees tú que es honrado y justo

que el Tigre quiera comerme cuando acabo de abrirle la

puerta de la jaula?

El Búfalo los miró con aspecto de ser muy desgraciado

y les dijo con voz baja y profunda:

—Cuando yo era joven y fuerte, mi amo me hacía trabajar

duramente y yo le servía bien. Yo llevaba pesados

fardos y arrastraba enormes carretas, pero ahora que soy

viejo e inútil, me abandona en el camino, sin agua y sin

alimento, para dejarme morir. Los hombres son ingratos.

Que el Tigre se coma al Brahmán.

El Tigre fue a saltar sobre el hombre, pero éste le detuvo:

—Hermano Tigre, éste es el segundo ser a quien preguntamos

y aún faltan otros tres.

El Tigre gruñó un poco, pero consintió en seguir andando

hasta llegar a la montaña.

De pronto, la sombra de un águila que volaba sobre

ellos les hizo volver la cabeza. El Brahmán imploró:

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