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3. Niños de Todo el Mundo

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Corrió hacia el pasillo y bajó corriendo las escaleras.

Helmut y su familia vivían en el piso 15.° de un rascacielos,

cerca de la calle principal. Sus padres eran los dueños

de la tienda de lencería del primer piso. Quizá Susana

había ido a la tienda.

Helmut entró en la tienda por la puerta trasera y buscó

a Susana en todos los escondites posibles. No estaba allí.

Se dirigió a la puerta que daba al exterior.

—¿Dónde está Susana? —preguntó su padre cuando Helmut

llegó a la escalera.

—Está construyendo un castillo —dijo Helmut.

—¿ Quieres ir a la charcutería y comprar unos bratwurst

para ti y para Susana? —preguntó su padre—. ¿O prefieres

schaschlik?

—Prefiero schaschlik —dijo Helmut.

Por encima del mostrador, el padre le dio dos marcos.

Helmut jugaba con el muestrario de medias y lo hacía

girar como un tiovivo. Era mejor coger el dinero y salir antes

de que su padre descubriera que Susana se había marchado.

Detrás de la tienda había un aparcamiento lleno de toda

clase de coches. Helmut miró en todas direcciones. No vio

a Susana por ninguna parte.

Cogió el patinete de su sitio, cerca de donde estaba

aparcado el coche de su padre. Montado en él, salió del

aparcamiento a la calle. Se apeó y lo empujó por las escaleras

del supermercado.

Vio la máquina que hace algodón de azúcar. Helmut

fue con el patinete allá.

Susana no estaba. Tampoco estaba en la tienda de pescado

ni en el mostrador de frutas que con mucha frecuencia

visitaba.

—Hola, Helmut, cabeza de pepino —dijo alguien.

Era Sigi, montado en un patinete con neumáticos de

goma y freno de pie.

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