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gotitas, unos céntimos cada vaso y el trabajo de subir cargados
la cuesta de la ermita. Total: un negocio redondo.
¿Qué dices a eso?
—Perfecto. Ni yo mismo lo hubiera pensado mejor.
—Pues manos a la obra. Tú pones los vasos que sacas
de tu casa, y yo pongo una garrafa grande que tengo en la
mía. Y el precio de la copita de aguardiente, cuatro perras,
lo partimos entre los dos, como el negocio que resulte, a
partes iguales. ¿De acuerdo?
-D e acuerdo. Mañana mismo lo preparamos todo. Y
se me está ocurriendo un truco para mejorar tu idea y aumentar
el negocio.
-D i.
—Si encontráramos dos garrafas, en vez de una, podríamos
estar todo el día, desde la primera hora al anochecer,
llenando vasos sin parar. Cuando una garrafa se hubiera
vaciado, uno de los dos, por tumos, iría a llenarla a la fuente,
en el bosque, mientras el otro se quedaría en el puesto
con la garrafa llena, continuando las ventas. ¿Qué tal?
—No está mal, pero para eso necesitaremos más copas
de aguardiente para mezclar con el agua nueva que vaya
llegando...
—Podemos comprar media botella de aguardiente, unas
diez o quince copas...
—Resultará muy caro...
—Pondremos todos nuestros ahorros, mitad y mitad.
Llegaremos hasta donde lleguen nuestros ahorros.
—Muy bien.
El día de la romería, los dos amigos se levantaron muy
pronto, antes de que apuntara el día, para estar en la ermita,
que distaba unas cuatro horas del pueblo, desde el
primer momento y aprovechar todas las oportunidades que
se presentaran para el negocio. A medida que avanzaban
hacia la ermita, el camino se hacía más difícil y empinado,
el sol ya había asomado y comenzaba a picar fuerte, y los