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3. Niños de Todo el Mundo

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Bertil bajó con cautela por la escalenta de piedra. ¡Figuraos!

No sabía que había una escalera allí. Llegaron delante

de la puerta.

—Espera, encenderé la luz —dijo Nils. Abrió la puerta y

dio la luz.

—Todo está muy destartalado.

Bertil paseó la mirada por la desnuda habitación. Había

una ventana y una pequeña chimenea en un rincón.

—Sí, podría ser más confortable —admitió.

—¿Dónde duermes por la noche?

—En el suelo —dijo Nils.

—Vaya... ¿no está frío? —preguntó Bertil.

-Y a lo creo que sí. ¡Está tan frío que tengo que levantarme

y correr un poco cada hora para no helarme!

Bertil sintió pena por Nils. El por lo menos no sentía

frío por la noche. De pronto tuvo una idea.

—¡Qué estúpido soy! —dijo— Puedo darte madera.

—¿ Crees de verdad que puedes dármela ? —preguntó ansiosamente

Nils cogiendo el brazo de Bertil.

—¡Claro que sí! Lo malo es que no me dejan encender

cerillas —dijo poniéndose triste.

—Esto no importa. Si tú consigues madera, yo la enciendo.

Bertil subió corriendo las escaleras. Tocó el clavo y...

se había olvidado de lo que tenía que decir.

—¿Qué tengo que decir? —dijo Nils.

—¿Cómo? Killevipen, clarc —dijo Nils.

—Cómo, killevipen, claro —repitió Bertil tocando el clavo.

Nada ocurrió.

—Hombre, sólo tienes que decir killevipen —dijo Nils

desde abajo.

—Sólo killevipen —repitió Bertil. Tampoco ocurrió nada

esta vez.

—¡Por Dios! —gritó Nils—. No debes decir más que killevipen.

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