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lón formidablemente. Pero su lectura era como la hora cómica.
La señorita Carpenter no dejaba que nos riéramos.
Cuando Jason salía a la pizarra para escribir algo, parecía
como si escribiera de lado y empleaba cincuenta horas en
hacerlo.
La madre de Jason, la señora Rabner, había dicho a
mamá que el niño había mejorado mucho desde que iba a
las clases especiales. Lo mejor de Jason era su madre. Ella
hizo todo lo posible para damos la bienvenida cuando mamá
y yo nos trasladamos allí en septiembre. Pero ya habíamos
cambiado muchas veces de barrio para saber que los primeros
amigos no siempre son los mejores.
Rompí el sobre de John Beecham y envié el último a
Jason Rabner. Las invitaciones venían en paquetes de ocho,
pero yo había estropeado un sobre al escribir mal la palabra
boulevard. Creí que deletreando todo en voz alta y escribiéndolo
con tinta parecería más importante. Después de
dos faltas, de las que sólo pude corregir una, escribí el resto
con lápiz en vez de tinta y abrevié todo lo que pude, incluso
Ohio.
Invitar a Jason fue un error. Incluso antes de comenzar
la fiesta, porque llegó con quince minutos de adelanto. No
me gustaba la idea de que todos llegaran y que jason pareciera
compañero mío, algo así como si fuera de la familia.
Mamá nos sirvió pollo frito. El único que tenía verdadera
hambre era Jason. Repitió tres veces. Todos deseábamos
comenzar la fiesta y sólo comimos dos platos, para terminar
antes. Jason rebañó el plato y lo llevó donde estaba
mamá. Ella dijo: —Gracias, Jason, eres un caballero— Nadie
quiso entender la indirecta. Yo miré a Dick, levanté todo
lo que pude los ojos para que me viera sin que mamá entendiera
el mensaje.
Cuando llegó el momento de soplar las velas, Jason cantó
el Cumpleaños feliz con tal concentración que cuando
llegó a Cumpleaños feliz, querido Stanley —Stanley soy yo—,