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En los campos lejanos, las palabras resonaban: —Oo-oooooo,
a-a-a-a, oo-o-o, a-a-aa...
—No pueden oírnos. Están demasiados lejos —dijo Ro
nen, desilusionado— No nos oyen.
Llegó mediodía. Los muchachos se levantaron para ir
a casa. En las manos llevaban manojos de anémonas de la
colina. Marchaban cantando y conversando alegremente.
Sólo Ronen guardaba silencio. Iba el último de la fila»
Durante todo el camino de regreso se estuvo preguntando
cómo podría hablar de la carrera con los niños del otro lado
del Jordán. ¿Cómo celebrar una reunión? ¿Cómo? Estuvo
preocupado con esto todo el día.
Nadar en el Jordán... Aquello sí que debía ser extraordinario.
No había ningún embalse. Hacían falta músculos y
mucho valor. Si sólo pudiera hablar con los niños del otro
lado y proponerles la carrera... ¡Qué maravilloso sería!
Pero, ¿cómo ponerse en contacto? ¿Cómo reunirse si
estaban separados por una frontera a la que nadie podía
acercarse ?
Pasó el invierno, y también la primavera. El verano se
acercaba rápidamente, pero Ronen no se daba descanso. Estaba
tratando de conseguir el sistema de ponerse en contacto
con los niños del otro lado del río, hablar con ellos y
fijar una fecha para la carrera.
No pensaba en otra cosa. No participó en la alegría de
los otros niños cuando Blackie tuvo cachorros. No jugaba
en los recreos. Dejó de leer. Dejó de prestar atención en
clase. Estaba sumido en profundos pensamientos.
—Ronen, has estado distraído durante toda la clase —le
reprendió Ziva.
—¿Qué te pasa, Ronen? —le preguntaban sus padres.
Un día, una idea brilló en su mente. Aguardó impacientemente
a que terminara la clase. Abandonó el edificio
y marchó hacia el bosque del kibbutz. Pasó varias horas
entre los árboles y regresó hacia el anochecer.