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3. Niños de Todo el Mundo

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Pero Tom fue más rápido todavía. Salió corriendo, delante

de Akira.

—¡Tom, espera! —gritó Akira.

-R rrr... -gruñó Tom, saltando como si tuviera muelles

en las patas.

Akira le había ya alcanzado. En la espesura del cañaveral,

el faisán estaba postrado, con la cabeza hundida entre

las hierbas secas, y la cola, bermeja y dorada, se levantaba

erguida.

—¡Atrápalo! —se dijo Akira cogiendo ánimos.

Gritando, Akira se arrojó al suelo y agarró el faisán.

Este se revolvió ferozmente entre sus manos, pero Akira no

abandonó. Abalanzó todo su cuerpo contra la presa, que seguía

luchando.

—Rrrr... —gruñó Tom saltando sobre él.

—No seas idiota, Tom. ¡Déjanos! —exclamó Akira.

Apartó a Tom como pudo y se levantó. Por suerte, el

faisán estaba todavía en sus manos.

¿ Soñaba o era todo verdad ?

—¡Eh! —gritó Akira.

Una y otra vez, Tom saltaba hacia él. Y una y otra vez,

Akira lo apartaba con el pie.

Agarrando fuertemente al faisán, comenzó a correr.

—¡Un faisán! ¡He atrapado un faisán! —gritaba a viva

voz mientras corría.

Oyó un griterío que le respondía en la dirección de la

casa.

Tropezando y vacilando, Akira seguía corriendo. A distancia,

delante de él, vio una multitud que se iba agrupando,

que le gritaba y agitaba las manos, como un océano de

olas.

Al aproximarse a casa, vio que sus ojos no le estaban

engañando. Cuando oyeron sus gritos, todas las niñas de la

clase de costura y todos los de la familia salieron corriendo.

Los vio en el pórtico y mirando a través de las ventanas

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