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3. Niños de Todo el Mundo

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—No te importa, ¿verdad? —preguntó.

—¡Claro que no! Puedes hacer tú mismo todo el fuego

que quieras.

Después miró la habitación y dijo: —Nils, siéntate allí

al lado de la escalera y tendrás una sorpresa. Tápate los

ojos. ¡No mires!

Nils se tapó los ojos. Oyó que Bertil hacía mucho ruido

en las escaleras.

-Ahora ya puedes mirar -dijo Bertil.

Cuando Nils abrió los ojos vio delante suyo una mesa,

un armario rinconero, dos sillones y dos taburetes de madera.

-Pero... Yo nunca lo hubiera soñado... ¿Eres un mago?

No, claro que Bertil no era un mago. Todos aquellos

objetos pertenecían a la casa de muñecas de su hermana.

También había traído una alfombra. Primero extendieron

la alfombra. Cubría casi todo el suelo.

—¡Qué cómodo parece todo! —exclamó Nils.

Y mejoró incluso cuando colocaron el armario en el rincón,

la mesa en el centro, con los dos sillones y los dos taburetes

frente al fuego.

—Imagínate, alguien que puede vivir de este modo, así,

tan elegante —dijo Nils casi con reverencia.

Bertil también pensaba que aquello era elegante. Más

elegante que su propia casa, allá arriba. Se sentaron en íos

sillones y se pusieron a hablar.

—¿Por qué no tomamos un baño? —sugirió Bertil.

Cogió un plato de mermelada y lo llenó de agua, limpia

y caliente. Dos trocitos de toalla vieja servirían para secarse.

Rápidamente se quitaron las ropas y saltaron ambos a

la bañera.

Fue maravilloso.

—Ráscame la espalda, por favor—dijo Nils.

Bertil así lo hizo. Luego fue Nils el que rascó la espalda

de Bertil.

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