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3. Niños de Todo el Mundo

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en este reino se elige monarca soltando una paloma blanca,

que al caer sobre la multitud designa cuál ha de ser nuestro

soberano. Vos sois, pues, el elegido. ¡Viva Quique Primero!

¡Viva el rey!

—¡¡Vivaaaaü —gritó la multitud.

Inmediatamente vino una carroza, y montando en ella,

Quique Primero fue conducido a palacio y sentado en el

trono real.

Cuando se calmó el entusiasmo popular, vinieron los

ministros, uno por uno, y empezaron a hablarle de los asuntos

del país: del peligro de una guerra con la república vecina;

de la situación angustiosa de los obreros que no tenían

trabajo, que andaban dando voces por la calle; de las

carreteras que había que construir para que el reino prosperase;

del poco dinero que había en los bancos; de un juez

que había mandado soltar a unos ladrones porque le regalaron

doce monedas de oro; de un choque de trenes con

cuarenta heridos que acababa de ocurrir a quince kilómetros

de la ciudad... y de otros mil asuntos de que tenía que

ocuparse un buen rey, si quería de veras a su pueblo.

Cuando le dejaron solo para que descansase, ya no se

reía. Comprendió que como rey, habían caído sobre él demasiadas

responsabilidades, y sintió un extraño escalofrío

que le subía por la espalda hasta la nuca y le producía ganas

de llorar.

—Ya no me cabe duda —se dijo-: esto es el miedo... ¡El

miedo!...

Entonces escribió en un papel unas líneas que decían:

“Suelten otra paloma para que salga en busca de nuevo rey,

porque yo tengo miedo”.

Y quitándose la corona, salió de la ciudad disimuladamente,

empezó a correr por un senderito, y no paró hasta

llegar a la casa de Isabel, Isidra e Inés, que le dieron de

merendar, sentándose los cinco a la mesa. Los cinco, porque

también se sentó el perrito.

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