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3. Niños de Todo el Mundo

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Finalmente, Bertil entendió. Dijo killevipen y creció a

su estatura normal.

Fue todo tan rápido que se golpeó la cabeza con el borde

de la cama. Se arrastró debajo de ésta y salió corriendo

hacia la cocina. Allí encontró gran cantidad de cerillas usadas.

Las rompió en pedacitos y las amontonó al lado del

agujero de la ratonera. Se hizo otra vez pequeño y llamó a

Nils, pidiendo ayuda. Ahora que era pequeño, no tenía fuerza

para llevar los trocitos de cerillas.

Nils llegó corriendo y los dos llevaron la “leña” escaleras

abajo, a la habitación, junto al fuego. Nils era tan feliz,

que saltaba de júbilo.

—Buena madera —dijo— De veras que es buena.

Llenó la chimenea y apiló el resto en un rincón.

—Ahora voy a enseñarte algo —dijo. Se sentó en cuclillas

delante de la chimenea y sopló. Inmediatamente, los

trocitos de cerillas comenzaron a chispear y a arder.

—¡Qué práctico! Así debes ahorrar muchos fósforos —dijo

Bertil.

—Ya lo creo —dijo Nils.

—Qué fuego tan bonito. Bonito de verdad. No había entrado

en calor desde el verano pasado —dijo Nils.

Se sentaron en el suelo, delante de las llamas chispeantes,

y extendieron sus manos heladas hacia el agradable hogar.

—Nos sobra mucha madera —dijo Nils feliz.

—Y cuando se termine, podemos tener la que queramos

—dijo Bertil sonriendo.

—Esta noche no tendré tanto frío —dijo Nils.

—¿Qué comes tú? —preguntó Bertil poco después.

Nils se ruborizó.

—Bueno, un poco de todo —dijo vacilando—. Todo lo

que encuentro.

—¿Qué has comido hoy?

—Hoy..., hoy no he comido nada; por lo menos que yo

recuerde.

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